La lectura es un placer de minorías porque requiere un esfuerzo intelectual que no todos están dispuestos a invertir. Porque de tiempo, lo que se dice tiempo, todos estamos escasos y por eso lo jerarquizamos según nuestros intereses y obligaciones. Lo triste es que pocos o muy pocos tienen la lectura como un referente en su vida, y no me refiero al puesto uno, dos o tres... Digo "tenerlo en la vida". Es lo mismo que el ajedrez respecto al fútbol, pensar contra fuerza física. La lectura, como todo lo que exige esfuerzo, requiere preparación y entrenamiento. En diversas ocasiones, he tirado de las orejas a los responsables de que la cantera de lectores -los que están en nuestras casas y nuestras aulas- reaccionen lo antes posible. Pero me temo que mis esperanzas se muestran como tarea casi imposible, porque mientras los colegios se empeñen en fomentar los concursos deportivos y apenas organicen eventos de lectura o escritura, incluso con algo tan atractivo como organizar sesiones de talleres literarios con autores ajustados a su edad, la batalla está perdida. Tampoco me voy a referir más veces a lo que los padres -y madres- de familia debemos a nuestros hijos, porque además de dar de comer, vestir y dar una formación escolar funcional, debemos ser algo más que eso: ser trascendentes. Que cada uno haga lo que crea, o pueda. Yo seguiré, erre que erre, todas las semanas, intentando hacerles llegar el valor de la lectura. Ahí van algunas recomendaciones para los más jóvenes, a ver si en el gran marco que es la Navidad conseguimos que les llegue un libro a algunos de nuestros jóvenes. Y para eso propongo clásicos imprescindibles que deben pasar por sus cabezas. Fahrenheit 451 (Debolsillo) de Ray Bradbury. Sin lugar a dudas, una de esas novelas que todos los adultos que la hemos leído la recordamos como un antes y un después. Un retorno nostálgico de querer volver a leerla y qué mejor manera de hacerlo que regalándoselo a uno de nuestros jovencitos más próximos. Por cierto, si lo de aquello de que los libros son caros te echa para atrás, en esta ocasión no tienes excusa. Cartas de un comerciante a su hijo I y Cartas de un comerciante a su hijo II (Homolegens) de George Horace Lorimer. Las lecciones que un viejo zorro da a su hijo de cómo abrirse camino en un mundo que no facilita demasiado las cosas. Lorimer, antes de ser periodista afamado, trabajó en el sector cárnico luchando día a día para llevarse un bocado a la boca. Es su experiencia la que transmite a su hijo en una obra de corte epistolar llena de sentido del humor y de sentido común, lo más importante. ¿Crees que los secretos de este autor no ayudarán a comprender a tus hijos algunos aspectos que nosotros seríamos incapaces de explicar...? Yo le daría una oportunidad. David Copperfield (Austral) de Charles Dickens. Y si de clásicos hablamos, este pudiera ser uno de los inevitables que tendrían que pasar sí o sí por las manos y las cabezas de nuestros hijos. Una historia divertida, con humor, amores sencillos, aventuras y sobre todo, una mirada hacia adelante. Debemos hacer que nuestros hijos lean historias llenas de humanidad, de virtudes (eso que ahora llaman valores). Novelas que compensarán con creces los excesos de tanta tecnología aplicada a la cabeza y al corazón. Humberto Pérez-Tomé Román @hptr2013
Sociedad
Hijos, libros y lectura: dales una oportunidad (a los hijos)
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