¿Recuerdan? En el Sínodo de la Familia la cuestión era si los arrejuntados tras un divorcio podían comulgar. Al final, "caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada".
En el Sínodo de la Amazonia la cosa era más grave, dado que se atentaba directamente contra la Eucaristía. Francisco volvió a pegar un giro copernicano en el texto final, que es el único que vale y volvió a repetir que la Iglesia vive de la Eucaristía. De paso aclaró que eso de monjas y laicos consagrando por falta de curas en la Amazonia, o eso de los sacramentales convertidos en sacramentos... que ná de ná. En el entretanto, muchos fieles tuvieron el alma en vilo.
Ahora viene el Sínodo de la Sinodalidad -sínodo de los sínodos-. Hasta ahora, nadie sabe de qué puñetas estamos hablando pero, eso sí, como en las grandes multinacionales, hay muchas reuniones, o sea, que se trabaja poco... afortunadamente.
A día de hoy, la nueva cuestión introducida de rondón en el nuevo Sínodo consiste en modificar la doctrina vaticana sobre la homosexualidad. Nuevamente, como ocurriera en los otros dos sínodos (por cierto, ¿y si nos cargamos los sínodos?) suenan tambores de guerra.
Y así traemos a nuestra escena a nuestro queridísimo cardenal Jean-Claude Hollerich, luxemburgués y presidente de los obispos europeos (¿y si nos cargamos las conferencias episcopales, todas ellas?), quien nos dice que, efectivamente, este es el Sínodo ideal para modificar la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad.
Santidad, ¿no podía ser usted un poquito menos argentino?
Es el mismo luxemburgués que, durante la pandemia, no sólo cerró las iglesias, sino que prohibió acudir a las eucaristías a los no vacunados, ¡maldita escoria! (Por cierto, ¿y si eliminamos el paraíso y fiscal de Luxemburgo?).
Este obispo jesuita es una mina: como cuando aplaudió a su compañero de congregación, Thomas Reese, el de los pingüinos homosexuales que habían asumido la paternidad, en el zoo de Nueva York. La teología del pingüino da para mucho (no, no voy a pedir que eliminemos la orden jesuita, de eso ya se encargan sus actuales dirigentes).
Hollerich es uno de esos personajes que recuerdan la vieja sentencia clerical: es pecado desear la muerte de alguien, pero no desear su marcha al Cielo. Esto es un acto virtuoso.
Y ahora sólo queda esperar que la madre de todos los sínodos, el de la 'sinodalidad sinodal de la sinodaladía sinodalizada', la madre de todos los sínodos, no decida nada sobre la homosexualidad o que Francisco, como ya hizo en los dos sínodos anteriores, decida ir más allá y explicar que las relaciones homosexuales son antinaturales y no pueden aceptarse en ningún caso... que es lo que dice, ni una letra más ni una menos, el actual y vigente Catecismo de la Iglesia.
Recuerden: tenemos un Papa porteño: le gusta vivir peligrosamente. Hay que reconocer que a los católicos les despierta de continuo. Le va la marcha, le gusta el lío y como dicen los más malvados, Francisco no cambia la doctrina, sólo la práctica.
Pero la práctica, querido amigo, no es cosa de Francisco, sino de nuestra libertad individual. En cualquier caso, la Curia actual sigue actuando 'a lo porteño': máxima confusión en las premisas para luego aclarar las cosas en la conclusión. Que es donde hay que aclararlas, ciertamente, pero en el entretanto, ¿Santidad, no podía ser usted un poquito menos argentino?
Los críticos más malvados del Papa Francisco dicen que no cambia la doctrina, sólo la práctica. Pero la práctica, querido amigo, no es cosa de Francisco, sino de nuestra libertad individual
Porque el problema es si, en una sociedad de la información como la que vivimos, y de información fragmentada, resulta que las premisas se extienden más que la conclusión.
En plata: que no, que los actos homosexuales son intrínsicamente antinaturales y que eso no va a cambiar a pesar de las presiones del lobby gay y la de la clerecía progre, y la de Jean-Claude, que no, que aún no se ha ido al Cielo.
Ahora bien, si no va a cambiar la doctrina y no va a cambiar, ¿era necesario armar este quilombo? A lo mejor sí, para que los católicos acojamos a los homosexuales con más cariño y distingamos entre el gay y lo gay. De acuerdo, pero eso ya está en el Catecismo vigente, de 1992, el de San Juan Pablo II, ya es doctrina. Es el mismo Catecismo, la misma doctrina oficial, en el que se condena con la máxima energía la homosexualidad.
A saber: dice el Catecismo vigente que los homosexuales deben ser acogidos "con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta" (punto 2358), pero al mismo tiempo, también dice que "los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso" (punto 2357).
¿Seguro que hay algo que cambiar? El jesuita Jean-CLaude Hollerich -con perdón- cree que sí pero no es necesario que la Iglesia le haga caso... ¡si es de Luxemburgo!
Por tanto, ¿seguro que hay que montar toda esta confusión para que, como ocurrió con la comunión de los divorciados o como con la pachamama amazónica, todo siga como está? ¿En serio?
Y no, la idea de excomulgar a todos los obispos alemanes, holandeses y luxemburgueses debe ser sometida a revisión. Por ejemplo, en otro Sínodo.