El primer pensamiento cristiano es sentirse pecador. Sin esa base no hay nada que hacer. ¿Está usted excitando, como los viejos curas, el sentimiento de culpa? Sí, estoy haciendo justamente eso.
Decía Leonardo Castellani: "Ay de nuestra patria, si los pocos hombres espirituales que hay en ella ahora sacuden sobre ella el polvo de sus zapatos". Castellani lo decía sobre la Argentina. Para mí, que si fuera español y viviera en el 2022, lo diría hoy de España. Aunque la especialidad española es, más bien, la guerra fratricida. En España a los hombres espirituales no se les desprecia, en el mejor de los casos se les ningunea, en el peor se les asesina.
Si las cosas van mal la culpa la tenemos nosotros, no los demás, ni tan siquiera Pedro Sánchez... no vaya a ser que 'los buenos' terminemos en el más grave de todos los vicios: el orgullo espiritual
Sea como fuere, lo cierto es que vivimos en un catolicismo de minorías. En esa etapa a la que se refiere el Evangelio con insistencia, en sus discursos escatológicos, esos que se leen ahora, en las eucaristías de noviembre, final del año litúrgico, o cuando afirma aquello de que "cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
A lo que voy es a que percibo, en la actual minoría católica, mucho quejica, contagiado de lo que el mundo llama fracaso, el fracaso de Cristo en el Mundo. Incluso percibo algo peor: cierto orgullo de que, en medio de un mundo convertido en un contradios, los fieles sufrimos mucho y recibimos poco. Vamos, que somos estupendos y no nos comprenden. Tampoco la jerarquía eclesiástica.
El único remedio contra la soberbia es la alegría y contra el sentimiento de orgullo, el buen humor, que no es otra cosa que el sentido de lo común
Supuesto y no admitido que sufrimos tanto, acuérdense de esa otra frase evangélica: "Siervos inútiles somos, lo que teníamos que hacer eso hicimos". Menos lamentos, señores.
Además, nuestros sentimientos importan poco. Ni la Iglesia es una ONG ni la religión es cosa del corazón. La religión comienza por la cabeza, no por las vísceras, ni tan siquiera por la víscera cardíaca.
Aún más, si las cosas van mal en la Iglesia y, por tanto, en el mundo, la culpa la tenemos nosotros, no los demás, ni tan siquiera Pedro Sánchez al que, no lo duden, estoy dispuesto a colgar todos los sumarios que hagan falta. Pero no, si las cosa van mal, y van mal, yo soy el primer culpable.
Digo todo esto en previsión de que 'los buenos' terminemos en el más grave de todos los vicios: el orgullo espiritual... y en el más aburrido de todos ellos: la queja permanente.
El mayor pecado del siglo XXI es la melancolía: a los cristianos nos está vedada. Menos gemidos y más carcajadas
Recuerden que el único remedio contra la soberbia es la alegría y el único remedio contra el sentimiento del orgullo es el buen humor, que no es otra cosa que el sentido de lo común y la humildad no es otra cosa que la verdad. Al final, siervos inútiles somos. Así que menos quejarse y más entusiasmar. El triste es un fardo del que debe tirar el alegre: no sea fardo. Además, lo suyo no es para tanto.
Recuerden: de derrota en derrota hasta la victoria final. Por eso, el mayor pecado del siglo XXI es la melancolía. A los cristianos nos está vedada. Menos gemidos y más carcajadas.