Por favor, no se pierdan esta genial, simplemente genial, pieza periodística de la agencia Zenit. Refiere el gran embuste de Justin Trudeau, ese primer ministro canadiense, que exigía al Papa Francisco que pidiera perdón por el “genocidio” de los colegios católicos contra los indígenas canadienses.
Luego resultó que no hubo tal genocidio, que el iniciador no fue la iglesia, sino la autoridad civil, y que si algún cura o monja se pasó con los niños indígenas fue una excepción.
Es más, al fondo de todas las críticas, subyace el deseo del tontín de Justin de vetar la evangelización de los pueblos, es decir, que la Iglesia haga apostolado.
Sobre Pierre Trudeau, padre de Justin, alguien dijo lo siguiente: “Por fin, Canadá tiene un primer minsitro digno de ser asesinado”. No lo duden, el hijo le ha superado. Y es que cuando empezó la cacería contra los católicos por el ‘genocidio’ de indígenas, yo mismo, ante la imposibilidad de contrastar la información, me creí las calumnias. Luego, como la mentira tiene las patas cortas, resulta que no ocurrió eso, ni mucho menos que eso.
Pero es que incluso hoy, me encuentro con un reportaje de Alfa y Omega, revista del Obispado de Madrid, en el que se repiten todas la calumnias canadienses contra la Iglesia sin que en ningún momento se diga, oiga, que son acusaciones falsas o, en el mejor de los casos, monstruosamente exageradas. Es más, al final del artículo nos encontramos con que una de las visitantes al Papa, una de las más agresivas, tras asegurar que tuvo que huir de un orfanato, asegura que fue acogida por una congregación de religiosas católicas donde se formó y recibió “mucho amor”. ¿Genocidio?
Que el Papa pida disculpas por los excesos que hayan podido cometer los católicos sólo demuestra que Francisco tiene más sensibilidad que el tontín de Justin. Pero que los católicos nos autoflagelemos con calumnias no es sensibilidad: es imbecilidad
En cualquier caso, lo de los indígenas canadienses ha sido una nueva y monumental calumnia contra la Iglesia. Que el Papa pida disculpas por los excesos que hayan podido cometer los católicos sólo demuestra que Francisco tiene más sensibilidad que el tontín de Justin. Pero que los católicos nos autoflagelemos no es sensibilidad: es imbecilidad.
Mucho me temo que detrás de muchas de estas calumnias contra la Iglesia se oculta el intento de vetar la evangelización, es decir, de prohibirnos a los católicos ejercer el apostolado, predicar la palabra, porque eso supone un acceso inconcebible. Lo mismo que ocurre ahora mismo con Irene Montero y su obsesión por imponer penas de prisión a aquellos que vayan a rezar ante un abortorio o intenten ayudar a las mujeres para que no aborten. Eso es “acoso”. Insisto, penado con penas de cárcel. Malos tiempos para la libertad de expresión.