Picasso aseguraba que toda su progresión artística estaba encaminada a una sola cosa: pintar como pintan los niños. El cubismo no era más que un gráfico infantil y supongo que le ocurría lo mismo que a Chesterton: el rey de la paradoja sólo describía la realidad, pero la realidad es tan evidente que los lectores de Chesterton lo veían como una hipérbole del genio, cuando el autor sólo trataba de recordar lo obvio, perpetuamente olvidado.
La concepción cubista del espacio la posee cualquier niño al nacer. Luego la olvidamos y Picasso se pasó la vida entera intentando recuperar su infancia. Chesterton se pasó una vida recordando que la primera firma de pensamiento es el agradecimiento, gratitud por estar vivos, que teníamos que pensar como los niños para los cuales, "cada día empieza el mundo" porque cada día supone todo un mundo nuevo y formidable.
Yo me quedo hoy con unas palabras que no son ni de Picasso ni de Chesterton, sino del fundador del Opus Dei, San Josemaría, cuando sentenciaba que "el pesebre de Belén es una cátedra". Y añadía esta idea: toda la vida interior consiste en regresar a la inocencia y sabiduría de la infancia, en recuperar la santidad y pureza de alma que se nos dio en el bautismo.
En cierta ocasión el Santo irrumpió a uno de sus hijos cuando éste aseguraba que el Opus Dei consistía en la santificación del trabajo ordinario. Sí, vino a decir San Josemaría pero hasta la santificación del trabajo ordinario, el carisma de la Obra, supone sólo una mera consecuencia de la confianza en Dios, que sí debía ser la marca de la Obra.
O sea, lo que siempre hemos conocido como infancia espiritual, abandono en las manos de Dios... si ustedes me entienden.
¡Feliz Navidad!