La verdad, entiendo el cabreo profundo del Gobierno Netanyahu con Pedro Sánchez y conste que el primer ministro israelí me cae tirando a gordo o a muy gordo.
Pero la verdad, que el presidente del Gobierno español aparezca en Israel y se dedique a dar lecciones de moral tontorrona a los israelitas, que llevan casi tres cuartos de siglo luchando por su supervivencia como Estado y veinte siglos luchando por su supervivencia como pueblo, hombre, resulta... ligeramente molesto.
Ahora mismo, los judíos se enfrentan a unos salvajes islámicos que han perpetrado el segundo atentado terrorista con más víctimas mortales del siglo XXI, sólo superado por el de las Torres Gemelas de Nueva York.
Los mismos terroristas, jaleados por los más tontos de Occidente, que primero matan y luego se refugian detrás de sus mujeres y sus hijos para mostrarle al mundo lo malos que son los judíos cuando responden a sus ataques, en defensa de sus gentes.
La paz sin amor no es más que miedo. O como aseguraba el gran Castellani: “La paz sin amor no es más que un pánico silencioso”
Que a un par de frívolos, como el premier español, Pedro Sánchez, o el premier belga, Alexander de Croo, -aunque este estuvo más comedido que aquel- les enseñen vídeos sobre quién empezó el conflicto y les demuestren de lo que es capaz de hacer Hamás y, aún así, don Pedro y don Alexander continúen hablando de las “insoportables” muertes de niños palestinos... Ojo, que es cierto, que es insoportable, porque los niños siempre son inocentes. Ahora bien, el culpable de sus muertes no son los soldados israelíes sino los terroristas palestinos.
Por otra parte, la sobreactuación de Sánchez se debe a que un narciso como él no puede terminar su anodina presidencia europea sin dar el cante, por lo que ha apostado por la gran solución al conflicto árabe-israelí: dos Estados.
Sánchez y en general los políticos suelen ser amigos de la soluciones fáciles, sobre todo cuando no son ellos los que las tienen que poner en práctica. El presidente del Gobierno español no se apea de los dos Estados, Israel y Palestina, como solución automática, rauda y perfecta para la guerra árabe-israelí.
Pero, queridísimo, esa es la solución que ya arbitró Naciones Unidas desde el mismísimo 1948. A ella no se opuso Israel sino los árabes, que luego, además, han sido los que siempre, siempre, han empezado las matanzas y las nuevas guerras, mientras Israel se ha limitado a cumplir con el primer principio del derecho internacional: no atacar primero nunca, ceñirse siempre a la legítima defensa.
Y en cualquier caso, no hay paz, en ningún lugar del mundo, sin justicia y no hay justicia sin perdón. Es más, la paz sin amor no es más que miedo. O como aseguraba el gran Castellani: “La paz sin amor no es más que un pánico silencioso”.
Los árabes no perdonan y no están dispuestos a la solución de Sánchez. No aceptan los dos Estados, lo que quieren es eliminar a Israel de la faz de la tierra. Y eso no está bien.