La guerra de los imperios sigue su marcha, ajenos a los habitantes de la tierra. Ya nadie se acuerda de Ucrania, ni del perverso Putin. Nadie habla de las pérdidas multimillonarias de Europa en esta cruzada occidentalista dirigida desde Estados Unidos, y mientras se sigue masacrando a los ucranianos, soldados o civiles, Joe Biden sigue haciendo negocio salvando a Europa. Mientras, Pedro Sánchez sigue comprando gas a los rusos y dando palmaditas en la espalda a los terroristas de Hamás o salvando a los rebeldes hutíes yemeníes en el mar Rojo. Las élites supranacionales hacen sus juegos y los ciudadanos no nos enteramos de la perversidad de sus planes a medio y largo plazo. Parece ser que lo importante es que la derecha no gobierne aunque nos muramos de asco y hablar con lenguaje inclusivo para que nadie se quede fuera ni se sienta discriminado.
¿Y qué hay de Oriente Medio? ¿Qué sucede en Belén, tierra de misiones y origen de todos nosotros, guste o no a muchos?
La izquierda en bloque se ha volcado en salvar a los terroristas porque las fuerzas israelíes matan civiles, niños, mujeres y viejos. La izquierda siempre ha estado del lado de la parte salvaje de la humanidad, escudados en los derechos humanos, aunque según su muy particular visión de lo que ellos consideran derechos y derechos humanos. La izquierda, en sus contiendas, ha hecho uso del argumentario sentimentalista, siempre alejado de la razón, porque el sentimiento no tiene explicaciones y son más poderosas las fuerzas de las entrañas que pensar en por qué sucede lo que sucede y las consecuencias que toda idea proporciona a quien las admite como propias.
La izquierda, en sus contiendas, ha hecho uso del argumentario sentimentalista, siempre alejado de la razón, porque el sentimiento no tiene explicaciones y son más poderosas las fuerzas de las entrañas que pensar en por qué sucede lo que sucede y las consecuencias
Las autodenominadas izquierdas han aceptado la narrativa palestina y ven a Israel como el agresor, cuando la realidad es quién actúa con fichas negras. Nunca he estado en este país, ni siquiera de visita. Sin embargo, apoyo a Israel. Primero, porque es la patria judía después de dos mil años de exilio, incluido Auschwitz; segundo, porque es una democracia, determinante en el que vivimos con sus fallos y errores; y tercero, porque Israel es nuestra primera línea de defensa frente al desembarco de una ideología fundamentalista.
Hay que tener en cuenta que este pequeño país está situado en la línea divisoria de la yihad, frustrando el avance territorial del islam. Israel se enfrenta en la primera línea de la yihad, como Cachemira, Kosovo, Filipinas, el sur de Tailandia o Darfur en Sudán, Líbano y Aceh en Indonesia. Israel simplemente está en el camino. Sus detractores occidentales se empeñan en cerrar los ojos y decir que es de noche. No aceptan que la guerra contra Israel, realmente no es contra Israel, sino contra Occidente. Lo intentaron los turcos en el siglo XVI y Lepanto se convirtió en el freno de un avance que estaba en ciernes de invadirnos. Ahora, no sé si los dirigentes europeos serían capaces de algo así, de momento perdemos por goleada. Es la yihad, e Israel está recibiendo los golpes que técnicamente están destinados a Occidente, como ha sucedido en Europa varias veces y en diversos países. Pero tampoco nos chupamos el dedo. Israel no es una pobrecita desvalida que no le queda más remedio que defenderse a base de bombas. Israel tiene la fuerza militar que tiene porque Estados Unidos los mima. Saben que este punto geoestratégico del fondo del Mediterráneo está cubierto y tendrá todo su apoyo, como Palestina, a través de Hamás, tiene a Irán dándole respaldo bélico y cobertura territorial, porque según Hugh Lovatt, Irán se siente bajo presión militar: “El país tiene pocos socios políticos. Por eso apuesta sobre todo por alianzas con grupos armados”. Pero cuesta comprender que para proteger sus posiciones estratégicas en Gaza usen a las escuelas y los hospitales como escudos humanos para protegerse a ellos mismos y la munición. No hay nadie inocente en esta contienda que dura ya cien años, solo, como siempre, los civiles de un lado y otro de la frontera son los que sufren los desmanes de la guerra y los dirigentes lo asumen como un mal necesario.
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Que Israel abandonara su posición para rebajar las tensiones y haya un retorno a la paz como piden ciertas voces, sería una ingenuidad. Sabemos que las minorías musulmanas no cambiarían su comportamiento y jamás aceptarían nuestros valores. Esto no sucederá porque su objetivo es el contrario, es avanzar e imponer su sharía. Es más, la desaparición de Israel se convertiría en un enorme estímulo para las fuerzas del islam. Se convertiría en una prueba fehaciente de que Occidente es débil y está condenado a ceder en cada nuevo paso que den. Significa el comienzo de la batalla final por la dominación mundial de los imperios islamistas que luchan contra todos los demás se llamen como se llamen y estén donde estén.
Los llamados periodistas, que se ofrecen voluntariamente para etiquetar a todos y cada uno de los críticos de la islamización como “extremistas de derecha” o “racistas”, trabajan desde los medios de comunicación concertados y despreocupados de las verdaderas consecuencias para nosotros y también para ellos. Dirigidos por ciertos presupuestos políticos, de los que muchos de estos periodistas comulgan con este sentimiento tampoco objetivo, marcan la agenda de las noticias y alarman con titulares dirigidos al lector que desconoce la realidad, o peor, que solo conoce lo que estos medios les dictan desde sus digitales y cabeceras.
Una Europa islámica significa una Europa sin libertad y democracia, un páramo económico, una pesadilla intelectual y una pérdida de poder militar para Estados Unidos, ya que sus aliados se convertirán en enemigos, enemigos con bombas atómicas en el armario
Una Europa islámica significa una Europa sin libertad y democracia, un páramo económico, una pesadilla intelectual y una pérdida de poder militar para Estados Unidos, ya que sus aliados se convertirán en enemigos, enemigos con bombas atómicas en el armario. La libertad es el más preciado de los regalos que, en Europa, acostumbrados a ella, podemos ser tan ingenuos de pensar que es lo normal vayamos a donde vayamos. Nadie de los que hoy vivimos en España y Europa hemos tenido que luchar por la libertad. Nacimos con ella puesta como un derecho per se, nacimos con ella como con el color de los ojos o nuestro sexo asignado. Nuestra responsabilidad radica en que sencillamente somos custodios de este don, de este derecho civil que tan alegremente se puede gritar y tan fácil manipular.
El interminable conflicto en Israel y Palestina (Síntesis), de Antoni Segura y Óscar Monterde. Se trata de un recorrido por la historia de la confrontación entre árabes y judíos, primero, y entre palestinos e israelíes, después. Dirigido a todos aquellos interesados en tener una visión global del conflicto que ha marcado la historia de Oriente Medio.
Lepanto, la batalla decisiva (Sekotia), de Agustín Ramón Rodríguez. La batalla de Lepanto es la fascinante historia de la guerra más decisiva del siglo XVI, cuyas consecuencias han llegado hasta nuestros días. Una batalla que fue mucho más allá de la lucha por el control del Mediterráneo entre algunas potencias católicas y el Imperio Otomano.
Orígenes y textos fundacionales del Estado de Israel (Almuzara), de Leo Pinsker y Theodor Herzl. ¿Cuándo y por qué se fundó el Estado de Israel? ¿Y por qué allí? ¿Qué ideas le subyacen?, ¿qué causas y aspiraciones respaldan tan magno acontecimiento de la historia universal? Este volumen ofrece respuestas a las interrogantes planteadas, revelando, además, los fundamentos de algunos de los motivos que influyen en las consecuencias ligadas al éxito en la empresa de establecer un Estado judío.