Los franceses no son brillantes, los españoles, sí. Ahora bien, el francés sorprende al aplicar su cartesiano método, es decir, el sentido común, a las verdades primeras. Esas mismas verdades a las que el brillante español renuncia porque le saben a ya sabido y a nuestra soberbia le aparenta primitivo reparar en lo de siempre.
El drama de España y el error habitual del español consiste en olvidar que lo original no es lo nuevo sino aquello que va al origen de las cosas, fruta perenne que nunca pasa de moda porque no es moda, sino tradición.
En plata, que, como afirmaba José Ortega, el peor defecto de los españoles es la soberbia, que nos empuja a olvidarnos de las verdades primeras. Entonces, llega el gabacho, nos recuerda lo de siempre y, ¡oh, la lá! nos quedamos asombrados de que alguien sea tan perspicaz como para decirnos lo mismo que nos decían nuestros padres cuando éramos chicos. Por eso don José asegura que el francés es vanidoso pero el español es algo mucho peor: es orgulloso.
Viene todo a esto a cuento de que Jacques Philippe, el predicador de moda, estuvo en España. El Foro Omnes le invitó a departir, en la madrileña Universidad Villanueva sobre una pregunta pagada “¿Necesitamos a Dios?”. Digo pagada porque no creo que alguien pensara que el predicador francés (Orden de las bienaventuranzas) fuera a responder a esa pregunta con un no.
Jacques Philippe es el autor de libros cristianos que se han convertido en vendidísimos, tales como La paz interior o La libertad interior. Le había leído pero no le había oído y me sorprendió, a la francesa. Nos recordó que sin fe en Cristo no es posible cambiar el mundo porque no se puede coser con una aguja sin hilo y nos recordó, también, que la fe consiste en confiar en Dios y en su Palabra... más que en la palabra de todos los sabios en la tierra puestos en fila.
¡Caramba, pero si esto es lo de siempre! Sí pero conviene recordarlo. Ese es el mérito de Jacques Philippe: ha venido a recordarnos lo que ya sabíamos pero habíamos olvidado.
Y la confianza en Dios, además, supone toda una prueba de humildad. Por eso, Philippe es un tipo sabio pero, sobre todo, es un tipo alegre. Y es que no hay mejor receta para lograr ambas condiciones, humildad y alegría, que abandonarse en manos de Dios. Ya saben: tener fe en Cristo.