Celebro que Julian Assange esté libre. En primer lugar ha sido perseguido con inquina por Washington. En segundo lugar, no me gustan los secretos, ni como periodista ni como católico. 

Al final, ha firmado un cuerdo de no agresión. Después de los años encerrado en la embajada de ecuador en Londres, así como los cinco años encerrado en una cárcel de máxima seguridad británica, oiga, ya es hora de que respire aire puro.

Dicho esto: su caso demuestra la fragilidad de la sociedad digital. Todo lo que sea telemático se puede violar. Con Internet, nuestra privacidad ha desaparecido pues las cartas se convirtieron en postales. Da igual las medidas de seguridad que interpongas: para todo código existe un descodificador. Y esto, como que no resulta demasiado gratificante.

Tampoco me gusta Julián Assange: no deja de ser un ladrón que utilizaba la información como un instrumento de poder, no como un servicio al bien común. De eso sabemos mucho en España.