Al llegar a estas fiestas navideñas, tan de niños, pensé que el artículo de libros lo iba a dedicar a la literatura infantil. Es cierto, al principio lo asumí como una especie de guía de recomendaciones, como si los lectores del artículo fuesen eso, los propios niños. Pero superado ese primer tropezón producido por este despiste, me di cuenta de que quien lee revistas como esta son los adultos: padres y/o abuelos con responsabilidad sobre menores en edad de crecer en todos los sentidos. Y la intelectualidad está incluida entre esos sentidos, incluso podría añadir que es el sentido que da sentido a los demás. Hay una queja errante de generación en generación de que los jóvenes no leen, no saben, no conocen… Es un mantra latente entre los que tenemos la gravedad de educar a nuestros hijos o a los ajenos, como los que se dedican a la docencia, con la esperanza de que lleguen a ser los adultos de mañana. Y a menudo me pregunto qué hacemos para que esto sea verdad. Si hacemos examen personal con la intelectualización de los pequeños, daríamos menos horas de televisión consumidas; revisaríamos lo que les regalamos en Navidad, cumpleaños, primeras comuniones y finales de curso. Sería algo qué leer en vez del videojuego de moda o el último iphone. Incluso, cambiaríamos la última novedad del cine por una buena obra de teatro y, a ser posible un clásico. Se me ocurre que en todos estos casos, y muchos más, deberíamos regalar más veces el valor sagrado de un libro. Atención, pregunta: Si ponemos tanto de nuestra parte para llevarles al cole, a la clase extra de inglés, al partido de fútbol del sábado, a la clase de tenis y al campamento de verano, ¿por qué no poner el mismo empeño en que sean cabezas cultas y corazones llenos de valores? Los libros son ese medicamento que hay que dar cuanto antes y cuya posología está en nuestras manos, ¡empezando por nuestro ejemplo! Los libros aportan mucho más que intelectualidad. Está demostrado que la persona que lee, es más reflexiva y observadora, que escucha más y habla mejor. Se sabe que los niños que leen habitualmente son mejores estudiantes porque desarrollan la compresión lectora, imprescindible para estudiar más y mejor. Los adolescentes lectores, normalmente están acostumbrados a que sus mejores amigos también lo sean porque si no, no sabrían de qué hablar excepto de sexo, fútbol y motos, y eso lo hace cualquiera, aunque mienta. Y está demostrado que los niños y jóvenes que son lectores a temprana edad, el día de mañana lo serán también y sabrán distinguir la calidad de la cantidad de lo que la vida les ofrece. Y, como casi última de las ventajas adicionales que la lectura frecuente proporciona a las personas, es la sensibilidad y la predisposición para percibir el sentido artístico y estético de lo que les rodea. En tiempos de pragmatismo positivo como el que vivimos nos obliga a concluir que leer es un esfuerzo intelectual que aporta más, y en menos tiempo del que imaginamos, y que sin embargo casi nadie repara en ello. Como último consejo, recomiendo que a los niños y adolescentes se les dirija a lecturas clásicas como una alternativa en alza de su formación interior. Los clásicos, ya saben, esas obras o autores que vienen de siglos atrás y que recogen la experiencia del ser humano, los valores íntimos, las razones de lo que somos. Virtudes como la valentía, la generosidad, el heroísmo, el patriotismo, dar sin esperar nada a cambio o el amor desinteresado… Inagotable cantera de mejoras personales que hoy son sustituidas por chucherías televisivas donde el argot y los cuerpos perfectos pretenden hacernos creer que la vida es así. Si nuestros jóvenes se acercan a lecturas clásicas, tendrán la ocasión de contrastarlas con las series actuales, pragmáticas, frías e impersonales; o esos dibujos animados cuyo fondo del mensaje, cuando no el diseño del dibujo, desdicen a menudo del buen gusto. No hay escapatoria, excepto si nosotros lo dejamos ir. También en esto debemos ser responsables. Dicho esto, les propongo unas recomendaciones juveniles: David Copperfield, de Charles Dickens Narrada desde la distancia del adulto, la vida de esta obra encierra sátira y humor irónico, luto y angustia, pero también mucha alegría y ruido de personas. Salir: Una aventura de dentro a fuera, de Humberto Pérez-Tomé en esta novela de corte juvenil, con un hilo narrativo y ágil, basada en la técnica del flashback que aumenta y provoca la tensión literaria, cuenta la relación aparentemente rota de dos hermanos que terminan descubriéndose gracias a las circunstancias adversas que les toca vivir. Trilogía Iván de Aldénuri, de Juan Antonio Pérez Foncea quizá las novelas más vendidas de los últimos tiempos entre estudiantes de la ESO llenas de espíritu de aventura y valores inculcados en sus personajes y los hechos que viven. Pérez Foncea es uno de los autores revelación de los años 2000. De colores... Mis estaciones, de Consuelo Martín Hernández poesía para los pequeños. L a capacidad de observación del niño y su curiosidad innata son el punto de partida de esta obra; y su hilo conductor, los cambios y situaciones que se producen en el entorno a lo largo de las estaciones del año. Tengamos en casa una biblioteca. No olvidemos la presencia física del libro, aunque algunos prefieran hoy leer sobre dispositivos móviles. Y a propósito de dispositivos móviles, procuren que los niños lean sobre papel porque las sensaciones del contacto directo con el soporte natural le acercarán más a lo que leen. Y, está comprobado pedagógicamente, que la retención en la memoria es mucho mejor sobre papel que sobre tabletas, aunque eso ya es otro cantar. Humberto Pérez-Tomé Román @hptr2013
Sociedad
La lectura infantil: base del lector del futuro
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