El pasado día 8 de este mes, en la Universidad Católica de Valencia, tuve la suerte de acompañar en la mesa al cardenal Antonio Cañizares y al doctor Justo Aznar en el acto de presentación del libro Regulación de la fertilidad de la humanidad a la luz de la Carta Encíclica Humanae Vitae, un libro que conmemora el 50 aniversario de su publicación y la canonización de su autor, san Pablo VI.
Sobre esta publicación hablé de manera específica el día de su aparición en librerías, por esa razón no me repetiré más sobre él. Pero sí me centraré en las muchas cosas buenas que se dijeron en aquel acto del sentido propio de la existencia de la edición y sobre todo, por lo mucho que significa en estos tiempos. De todas formas quien desee ver y oír la presentación completa pueden hacerlo en este enlace al vídeo del acto.
El ser humano ha permutado la lógica del don por la lógica del deseo
Cuando en 1951 se comenzó a administrar la píldora en mujeres, siempre con cierto respaldo médico, pero casi siempre indicado para contracepción, la Iglesia se planteó la moralidad de su uso por la repercusión que tendría en las relaciones y el comportamiento de las personas, primero dentro del matrimonio y posteriormente, en la relación social. Pablo VI sentenció entonces que "la Iglesia, en toda su historia, no se había enfrentado a un problema tan grave". Sabía entonces ya el Santo Padre que aquella forma de revolución afectaría a la persona mucho más allá que a una costumbre o un error dogmático. Sabía con claridad que afectaría a la antropología y provocaría cambios en el ser humano con unas dimensiones que entonces nadie era capaz de calcular. Pero hoy, sí, porque vemos que la sociedad ha sufrido un laicismo practicante y por lo tanto, una desmoralización de las prácticas personales, profesionales y sociales.
Uno de los efectos directos que ha terminado concluyendo en el mundo es que el ser humano ha permutado la lógica del don por la lógica del deseo. Hemos pasado de ser padres porque Dios nos da ese don a convertirlo en la posible posibilidad de ser padres. Ahora en la más absoluta nota de individualismo y muestra neoliberal del mercado, nos permite acceder a ese deseo por la fecundación in vitro y -en la última tendencia esclavista- por la maternidad subrogada. Los trasnochados maltusianos, siguen empeñados en convencer, a eso que llamamos el primer mundo, de que no debemos atiborrar la tierra de vida humana porque no hay para todos, señalan sin rubor la pobreza de los países subdesarrollados en los que siguen empeñados en no querer ver que la pobreza no es cuestión de número de hijos, sino de la inacción de ellos, de los países ricos.
Hemos pasado de ser padres porque Dios nos da ese don a convertirlo en la posible posibilidad de ser padres
La revolución sexual del afamado mayo del 68 solo trajo consigo la libertad del uso del cuerpo porque el resto sigue normalizado, mercantilizado y sometido a legislaciones cada vez menos permisivas que conllevan a medirlo todo. Así que queda el cuerpo, y haz con él lo que tú quieras. Se habló de la utilización de la píldora para regular la paternidad responsable, es decir, teniendo sexo sin hijos. Hoy, hemos llegado a tener hijos sin sexo. Nos hemos olvidado de que el acto sexual era una relación unitiva cuyo fin era el procreativo, si tenía que serlo. Nos hemos querido engañar creyéndonos a pies juntillas que lo de la paternidad responsable era no tener hijos, y muchos de los matrimonios bien pensantes y algunas ramas del clero lo han practicado y predicado como si tuvieran razón, porque sabían de lo que hablaban -eso se creían, claro-. Cuando el sexo solo es un punto de unión para gozar, un ocio de o con los cuerpos, cosifica a la persona. Solo así tienen sentido la prostitución, la pornografía y la ruptura antropológica. Así, la lógica del deseo es la que da sentido a la homosexualidad, y hasta fomentarla. La revolución sexual es el origen de la sepultura de Europa, olvidando la verdad principal de su origen.
La Humanae Vitae es una encíclica social y humana. Ese era el deseo de san Pablo VI cuando consultó a los obispos que le ayudarían a la redacción. No es un documento moralista, estaba inspirado y dirigido al mundo entero, no solo a los que pertenecemos al seno de la Iglesia. Por eso se puede defender la encíclica desde la visión puramente humana, sin el respaldo de la doctrina cristiana católica. Como apunta Reig Plá en el capítulo que escribe de este libro necesario: "El futuro de la sociedad, del hombre, es la garantía del bien común".
Los códigos de la vida (Homolegens) de Mónica López Barahona y José Carlos Abellán. Un libro para ponerse al día de la bioética a la que se enfrenta el ciudadano del siglo XXI. Temas como el inicio de la vida humana, el desarrollo embrionario, el aborto, la fecundación in vitro, la investigación con células madre, la clonación, la eutanasia, los cuidados paliativos… Que como ven todos van y vienen a la vida del ser humano para hacer ver a los científicos e ideólogos que no somos un juguete a disposición de determinados intereses economicistas o científicos. Seguramente san Pablo VI hubiese hecho uso de él para señalar en su encíclica el derrumbe humano.
Eugenesia y eutanasia (Sekotia) de Guillermo Buhigas. Este pequeño manual lleno de referencias, fotos y organigramas, desbarata con contundencia los planes eugenésicos contemporáneos, así como la contraargumentación para defender la vida. Comienza con un breve estudio sobre lo que la eugenesia ha sido en la historia de la humanidad, hasta lo que hoy llamamos higiénicamente eutanasia. Sencillamente una breve enciclopedia sobre la muerte del ser humano a manos del ser humano.
El amor que da la vida (Rialp) de Kimberly Hahn. Sí, también la filosofía explica con claridad qué es el amor humano y qué relación directa tiene en los planes de Dios para cada uno en particular y el mundo en general. La autora traza un camino, una senda paralela a las Escrituras en las que nos vemos reflejados y acompañados en la historia de la humanidad por la mano de un Dios Padre. Una lúcida descripción del verdadero significado del amor conyugal como imagen del amor divino.