Lo decía Chesterton y, en materia de información, el mejor periodista del Siglo XX representa un argumento de autoridad: "las afirmaciones privadas son, en general, mucho más confiables que las explicaciones públicas". Y aún decía más: "el chismorreo privado es mucho más serio que la prensa. El chismorreo privado es más responsable que la prensa. Un hombre no se pone una máscara para contar una historia en el club pero realmente se pone una máscara para contar una historia en las columnas del Daily Post".
Latigazo final: "Toda la charla frívola está ahora en el periodismo público, toda la responsabilidad pública está hoy en la conversación privada".
Insisto en que amo mi profesión, que es el periodismo, pero amar a la profesión es como amar a la patria. En ocasiones, el patriotismo consiste en recordarle a tu país las barbaridades que hace. Chesterton escribía lo anterior 90 años antes de que se inventara Internet, en 1908, para ser exactos. Ahora bien, el problema no ha cambiado, sólo los instrumentos de transmisión y los formatos. Ahora impera la peligrosa proposición de la desinformación, y la preocupación -muy sincera, sin duda- por los bulos y las 'fake', con un montón de empresas que están haciendo su agosto a costa de denunciar, no la mentira o el error, sino simplemente la opinión del discrepante.
Incluso poseen los nuevos censores un paraguas jurídico inenarrable e irreprochable: los delitos de odio, en España penados con hasta cuatro años de cárcel y que consisten en castigar a todo aquel que difiere del discurso cultural imperante.
El mayor enemigo del periodismo es lo políticamente correcto. Pocos plumíferos saben salirse de tan estrecho y mentiroso canal de actuación para enfrentarse a la atmósfera vigente en cada momento. Esperemos que crezca el número.
Así que, en contra de la legislación vigente y me temo que en contra de la imagen mayoritaria, la verdad anida en las redes, mientras el bulo habita en la prensa, una prensa maniatada por la corrección política y, encima dispuesta a colocar un bozal al discrepante.
Es más, la conversación privada tiende a la ironía, que es la mejor compañera de la verdad, mientras la opinión periodística se engolfa siempre en una solemnidad lamentable. Además, el chismorreo tiene menos intereses que la información periodística y resulta menos pedante.