Miguel Hernández no murió fusilado por los franquistas sino en la cárcel de Alicante, en 1942. Y es verdad que los nacionales, tras la guerra, le trataron con dureza en presidio, dureza que, probablemente, aceleró su muerte. Esto no debió de ayudar mucho a contar la verdadera historia de Hernández, que no era comunista, sino pobre de solemnidad, pero con un corazón enorme, que le llevó a construir, sobre su analfabetismo funcional, un poemario que se cuenta entre la mejor poética del siglo XX en lengua castellana. Con la categoría formal de Lorca pero con mucha más profundidad de fondo. Sí, uno es tan antiguo que continúa distinguiendo entre forma y fondo, entre cuerpo y espíritu.
Hernández parecía un comunista, que casi todos ellos acabaron, durante la II República, en homicidas. Pero un asesino no canta a la virginidad de Santa María ni comprende el misterio de la Encarnación como lo hizo Miguel Hernández en este soneto de cadencia musical, dedicado al Verbo hecho carne, allá cuando el mundo era joven:
Tampoco un comunista ateo construye estas otras palabras sobre la Madre de Dios:
Es la diferencia entre la grandeza y la miseria. El comunista de ayer, Miguel Hernández, captó como pocos sabios lo habrían hecho, el misterio de la redención del género humano en la Virgen Madre y lo ponderó como un tesoro. El comunista de hoy, mismamente el pinchauvas de Gabriel Rufián se burló del adversario político por creer que una paloma había dejado embarazada a la Madre de Dios.
Es la diferencia entre el comunismo de hoy y lo que los comunistas quieren ponernos como ejemplo de marxista ilustrado de ayer. Es la comparación entre el poeta del siglo XX y el cantamañanas del siglo XXI. El uno combatió en el bando equivocado sin dejar de ponderar lo justo. El otro combate, más bien injuria por su sueldo, sus honores mundanos y su orgullo de mentecato elevado a Señoría.