Lo cuenta Julio Eugui, en su libro titulado Más anécdotas y virtudes: habla un sacerdote que en décadas de ministerio había visto morir mucha gente. Cuando se escapa la vida es habitual refugiarse en la Madre de Dios, al grito de “¡Madre, madre mía”.
Invocar a la Virgen en el momento de la muerte era, espero que siga siendo, lo más habitual en España.
Y lo más lógico, porque la confianza española en Santa María constituye uno de los principios de la Hispanidad. No se entiende España sin María y no se entiende la Iglesia sin María, que, otra vez san Juan Pablo II destacó que es más mariana que petrina.
Por otra parte, a nadie se le oculta que, en la presenta etapa histórica, de fin de ciclo, jugamos a órdago: la vida se ha convertido en eso que llega antes de la muerte y entonces es cuando la Virgen María se convierte en nuestro último recurso, en la única esperanza.
Pero cuidado con esperar demasiado: también los hay que mueren blasfemando.