El ultimátum de Joe Biden para que Nicolás Maduro abandone el poder en Venezuela ha resonado en todo el mundo por su importancia y porque, aunque llega demasiado tarde, ofrece una ventana de esperanza a los millones de venezolanos esparcidos por el planeta, una especie de soplo de aire fresco en medio de la opresión. Sin embargo, en la alta política, especialmente en la internacional, no se mueve un dedo sin un propósito claro. Todo tiene un porqué, un para qué y un para cuándo. Esto es geopolítica, una ciencia aplicada constantemente entre las naciones y los imperios que dirigen el destino del mundo. Y esto es porque al mundo del siglo XXI no le mueve el amor, como no ha sucedido nunca entre los imperios de la historia de la humanidad, sino que le mueven los intereses de poder.
Nadie en su sano juicio cree que Maduro haya ganado las elecciones, excepto los tontos útiles como Juan Carlos Monedero, los que tienen intereses particulares como José Luis Rodríguez Zapatero, los países con multimillonarias inversiones como China y Rusia, y aquellos con intereses ideológicos como Brasil, Colombia, Bolivia y México. A pesar de ello, el gobierno corrupto de Venezuela se queda sin apoyos, porque, como bien se sabe, “a perro flaco, todo son pulgas”. Así, Lula Da Silva ha retirado su respaldo, Andrés Manuel López Obrador guarda silencio, y solo queda Gustavo Petro, otro bastión de corrupción, cuyo país depende económicamente de Venezuela.
La propuesta estadounidense de “váyase, señor Maduro, y no le pasará nada” llega en un momento muy propicio para el presidente Biden. La fecha límite, el 5 de noviembre, coincide con el día de las elecciones en Estados Unidos, y aunque él no se presenta, busca dejar a Kamala Harris una alfombra roja de votos. El intento de poner un broche de oro a su mandato, presentándose como el gran libertador, defensor de las libertades individuales y salvador de las naciones oprimidas. Todo en el momento oportuno, táctico y también muy descarado. Pero a los progresistas del Partido Demócrata estadounidense no les importa esta falta de pudor humano y político, porque el ansia por la libertad puede nublar la vista de aquellos que no ven más allá de sus intenciones electorales, algo que no es más que un acto de interés personal disfrazado de altruismo.
No obstante, la propuesta de que Maduro se rinda conlleva importantes matices de diplomacia internacional. Como hemos mencionado, China y Rusia no se quedarán de brazos cruzados y, antes de que las fuerzas militares americanas lleguen a irrumpir en Venezuela, exigirán garantías para que sus inversiones no sufran ninguna injerencia. También se cerrarán los acuerdos suficientes, que asegure a las empresas europeas con presencia en Venezuela que puedan seguir operando, eso sí, tal vez bajo nuevas normativas. En cuanto a los problemas diplomáticos derivados, tendremos que estar muy atentos de lo que suceda cuando se abran los cajones de los despachos oficiales después de dos décadas de corrupción en Venezuela, y en este caso, España estará muy afectada por el papel destacado en sus relaciones con este país, especialmente con la cúpula de Podemos y las maniobras que han enriquecido a Zapatero, amparado por el silencio del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), así como el actual Gobierno de Pedro Sánchez. Un silencio que, por ejemplo, no ha cuestionado las razones de tantos viajes y gestiones extrañas, como el caso de Delcy Rodríguez, asunto que la Fiscalía se niega a investigar al considerarlo un “acto diplomático”.
Pero, más allá de todo lo expuesto, surgen preguntas que se me hacen inevitables no hacer y que trascienden la opinión pública: ¿es Joe Biden tan dueño del mundo que, sin consultar a nadie, solo como una idea propia, puede amnistiar a un dictador corrupto, perseguido por narcotráfico y con cientos de muertes a sus espaldas? ¿Por qué le concede una vida que no merece, aparentando una falsa magnanimidad? ¿Es justo que esto ocurra sin haber alcanzado un acuerdo real con los agraviados o con otros países afectados? ¿Se puede evitar que el Tribunal de Derechos Humanos dicte sentencia contra él? Para muchos, esta situación se asemeja -salvando las distancias- a la amnistía de Pedro Sánchez con los golpistas del 1-O, donde se conceden perdones y se modifican principios constitucionales para adaptarse a intereses personales. Parece ser una constante en los gobiernos progresistas, como también sucedió en Argentina hasta la llegada de Javier Milei con los kirchneristas. ¿Y los venezolanos perjudicados, aquellos que perdieron sus vidas, su patrimonio y hasta sus raíces? ¿Nadie se acuerda de ellos? ¿Serán nuevamente los perdedores, sin aspirar siquiera a un acto de justicia?
El pueblo pierde. Maduro abandona Venezuela con las espaldas cubiertas, la fortuna robada y sus colaboradores libres. No importa a dónde vaya, sino lo que deja atrás y cómo lo deja. Y, una vez más, Estados Unidos se erige como el salvador de Occidente, el defensor de la libertad, aunque la realidad es otra: como imperio, solo busca su propio interés, mantener el control de sus fronteras y consolidar su poder para gobernar el mundo.
El Manual del Dictador (Siruela), de Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith. No solo es una fuente de inspiración, también es un manual estratégico para desafiar el statu quo. Nos enseña que, al entender los pilares que sostienen a la dictadura chavista, podemos identificar las fisuras en su armadura y desarrollar tácticas efectivas para desmantelar el régimen desde dentro. Quizá estemos cada día más cerca de leerlo también en España.
El fin de la Izquierda (Sekotia), de Paloma Hernández. Una vez más, traigo como recomendación este magnífico ensayo que pone de relieve cómo la izquierda se pliega a los dictados globalistas. Absorbidos por las políticas neoliberales, siguen sus pasos ideológicos más severos y se entremezclan sus políticas con los resultados democráticos de Occidente. Un libro más que necesario para comprender los giros de las sociedades modernas y por qué levantar el puño tiene tanto que ver con el signo del dólar.
La guerra de los mundos (Anaya Multimedia), de Bruno Tertrais. ¿Estamos, como en la década de 1910, en vísperas del gran choque de imperios? ¿O, como en la de 1930, ante el surgimiento de un totalitarismo agresivo? ¿O, como en los años cincuenta, al comienzo de una nueva forma de Guerra Fría? ¿Qué pasaría si Occidente no estuviera en tan mala posición para ganar esta nueva guerra? ¿Y si sus debilidades fueran menos importantes que las de sus oponentes? El autor es asesor geopolítico del Instituto Montaigne y tiene muchas respuestas para ti en este libro.