Lean la nota del banderín de enganche progre Change.org, vivan el ‘crimen’ de Saba, una perra a la que alguien apaleó hasta dejarla medio muerta, así como a sus cachorros -bebés, les llama la nota-, pero siento recordarle al autor que el término bebé, según el diccionario, sólo alude a las crías de seres humanos, no a los cachorros de perra.
Me gustan los perros -mucho, se lo aseguro- cuando se comportan como perros, que suele ser parejo a la actitud humana de tratarles como lo que son: perros. Me pregunto cómo describiría Change el crimen del aborto cuando el niño, no el perro, indefenso es alanceado hasta trocearle en pedazos que luego son extraídos con un aspirador fuera del útero materno. Con lo difícil que es sacar la cabeza del bebé asesinado, lo que forzó al fallecido doctor Morín a hablar de máquinas rompe-cocos. Y hasta sospecho que los chicos de Change.org hablan de ‘derecho al aborto’.
Dicho esto, el tipo que se ensañó con Saba no es un asesino. Es un tipejo insensible al dolor ajeno, aunque sea animal, lo cual no denigra a Saba sino que le denigra a él. ¿Qué necesidad tenía de apalear a la perra y a sus cachorros? Ninguna. Ahora bien, ¿quién es más digno de lástima? Yo creo que el primero, aunque sólo sea por recordar a aquella teóloga amiga que predicaba siempre la necesidad de rezar antes por los ricos que por los pobres, dado que los ricos están en más próximo peligro de condenación que los pobres.
Ahora bien, lo de la perra Saba no fue un asesinato. En ningún caso. Era un perro.
El amor a los animales no es amor, lo dejamos en afecto, porque el animal no ofende, el hombre sí. Por eso, el amor a los animales no tiene mérito, el amor a las personas sí. Tu perro no puede odiarte, tu esposa sí puede hacerlo
¿Por qué hemos caído en el animalismo? Pues porque no sabemos amar. Sí, el amor a los animales no es amor, lo dejamos en afecto. Y no es amor porque el animal no ofende, no humilla. Por eso, las almas solitarias se echan una mascota o, como se decía en Wall Street: si quieres un amigo, cómprate un perro. Amar a otra persona es mucho más complicado, porque el hombre es el único que también puede odiarte, por la misma razón de que también es el hombre el único que puede amarte. Quien se comparece de Saba y no de los bebés abortados no es sensible: es sólo un blandito.
Volvamos al animalismo, que es lo que nos ocupa, sobre todo desde que Ione Belarra, nuestra más preciada intelectual, promulgó la Ley de Bienestar Animal.
Lo de Saba es un espectáculo degradante pero no hace falta rasgarse las vestiduras. Verán: un animal no puede amar y tampoco sufre como sufre el hombre. El bicho sufre en sus sentidos, pero el auténtico dolor es el del ser humano, porque éste es consciente de su dolor. Sufre y vive su sufrimiento, es consciente de su dolor. El perro no, el perro sólo sufre.
El animal sufre pero no es consciente de que sufre. El hombre sí es consciente de su dolor, de su debilidad, de su impotencia y de su humillación, el peor de los sufrimientos. El hombre que sufre sí es digno de lástima
La parte más dura del dolor es el dolor espiritual, la humillación y la debilidad, la impotencia. Ese dolor no lo siente el perro. Por las mismas, el amor humano más sublime es amar a los enemigos, proceso que empieza por perdonarles, tarea de héroes. Amar a un perro es sencillo, está al alcance de cualquiera, pero amar a un pariente, a un amigo, a los que sí pueden ofendernos… y el único amor que merece la pena: no apto para blanditos.
Y así llegamos adonde teníamos que llegar: el animalismo es una deformación social propia de las sociedades habitadas por seres que no saben amar. Los animales están para servir al hombre, rey de la creación. Tu perro no puede odiarte, tu esposa sí puede hacerlo.
Esta sociedad confunde la sensibilidad con la blandenguería: ni se inmuta ante las salvajadas de los abortorios pero se enerva cuando maltratan a un cachorro de perro
De mano del animalismo, caminemos todos juntos y yo el primero, por la senda de la estupidez. Ione Belarra nos guía.