Son dos personajes, incluso dos personas, sí, que poseen una virtud: la audacia. Importante virtud, sin duda, pero que conviene venga acompañada de alguna otra.
Y ahí empieza nuestro problema. Ambos presentan la imagen pública de dos guaperas triunfadores. Ambos son narcisistas, ególatras, sociópatas, porque es sabido que el pueblo mancha y huele.
Ambos, Conde y Sánchez, Sánchez y Conde, están llamados al triunfo inesperado, con apariencia de eternidad... para finalmente sufrir una tan brusca caída como alta llegó a ser su posición
Un tanto presumidos, aunque su prepotencia la escondan con el uso continuo del concepto de humildad, según la tónica de aquel viejo fraile que exhalaba: 30 años intentado ser humilde y al fin lo he conseguido. O sea, el insufrible orgullo de siempre conocido hoy con el nobilísimo concepto de resiliencia.
Ambos, Conde y Sánchez, Sánchez y Conde, están llamados al triunfo inesperado, desbordante y con apariencia de eternidad, triunfo para siempre, con muchas víctimas por el camino... para finalmente sufrir una tan brusca caída como alta llegó a ser su posición.
Ambos están llamados a mantenerse en su caída con una muy digna altivez ante el castigo. Pedro Conde y Mario Sánchez: crueles en sus éxitos, despectivos en su fracaso: dos gotas de agua que se confunden
No sólo eso, ambos están llamados a mantenerse en el fracaso con una digna altivez ante el castigo. Mario Conde no ha podido mantener su poder en la cárcel pero sí su dignidad -o sea, su soberbia- en la caída. Pedro Conde y Mario Sánchez: crueles en sus éxitos, despectivos en su fracaso: dos gotas de agua que se confunden.