Hace un tiempo conocí a una mujer caribeña, quien nos confesó que ella tenía más de 30 hermanos pero, aclaró, hermanos de madre, sólo 5.
Como los presentes éramos crueles españoles preconciliares, uno explotó: “¡Menudo follador!”.
El feminismo radical que protagoniza la ministra de Irene Montero también me recuerda el relato de un misionero español sobre el mexicano que afirmaba tener 9 hijos:
-Caramba, nueve hijos, ¿y con la misma?
-Sí, con la misma. Bueno, y con tres mujeres distintas, claro.
Vivimos inmersos en un feminismo radical que constantemente busca nuevas emociones. Por ejemplo, con el mundo transexual, con el que las feministas sensatas están lógicamente enfrentadas: si la mujer no existe desde la cuna sino que cada uno se “autodetermina sexualmente”, ¿para quién y para qué ha estado luchando el movimiento feminista?
Podemos establecer una regla general: toda liberación sexual, todo progresismo de la bragueta -el más importante de todos los progresismos-, toda procacidad perjudica la mujer. Si el feminismo es lo que dice ser -espero que no-, debería estar luchando por un puritanismo lo más pacato posible. Porque en la rijosidad, la mujer pierde.
El feminismo coincide con el machismo rijoso, en sus odios concretos: contra la virginidad y contra la maternidad.
Pero Irene Montero no lo sabe.