1 de enero, fiesta de la Maternidad Divina de María, la maternidad con mayúsculas. De toda la creación la criatura perfecta es una mujer, lo que me recuerda a los cazatalentos norteamericanos de antes de la estupidez Woke, cuando sentenciaban que el trabajador más responsable no era la mujer -hay varones muy responsables- en el trabajo, sino la madre. Precisamente, el ser humano más marginado de todos en el ambiente laboral: no la mujer, sino la mujer-madre. Ahí es donde falla el feminismo. Bueno, no sólo ahí, pero no quiero extenderme demasiado.
Pues bien, la Inmaculada, la criatura más perfecta de la creación, líder de la especie humana, se festeja hoy, 1 de enero, Santo de todas las marías.
Y no hace falta: 2024 se presenta como un año siniestro, sí, siniestro. La Gran Tribulación, en la que llevamos inmersos ya hace un par de lustros, la era de la Blasfemia contra el Espíritu Santo, donde definitivamente lo cierto se convierte en falso, lo bueno en malo, lo hermoso en horroroso y viceversa, ha entrado en su fase final. Los cuatro jinetes del Apocalipsis han empezado su carrera y sobre el resto, no tengo ni la menor idea de cómo va a ir. Pero hay que estar ciego para no verlo.
La paz hay que construirla... según la escuela de Salamanca: disparad pero sin odio
Por tanto, la Maternidad Divina de María, 1 de enero, adquiere este año una especial dimensión. Todo lo que no sea acogerse a su Inmaculado Corazón es mala elección. La Virgen María ha sido necesaria en todos los periodos de la historia: en el actual, es imprescindible, sólo queda un refugio para todos y todas: Ella.
El 1 de enero, también es la Jornada de la Paz, lo cual, visto cómo anda el mundo, más que una festividad, parece un choteo. Pero, además de dejar la paz en brazos de la criatura más poderosa del mundo, la virgen Madre, conviene recordar que la paz no es la mera ausencia de guerra: la paz tiene su entidad, siempre bajo el principio de que no hay paz sin justicia y de que no hay justicia sin perdón... y que el perdón es para quien lo pide, es decir, para el que se arrepiente. Sin esa formula de paz, justicia y perdón, la paz no llegará nunca, no, sencillamente no empezará nunca.
Por el momento, quedémonos con la primera parte: no hay paz sin justicia. Lo del perdón ya es para nota... aunque aún resulta más necesario que la justicia... y esto porque, aunque no se lo crean, el ser humano no es perfecto. Ni tan siquiera yo...
Otra vez: no hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón... y el perdón es para el que lo pide
Pasando al terreno social, que no es el más relevante pero si el más morboso, la paz en el mundo -que dijo Miss Universo- sólo se conseguirá, según los criterios de la Escuela de Salamanca, que ya en el Siglo de Oro español dejó claro las leyes éticas de la guerra y del derecho internacional: no golpear primero, proporción es la respuesta y, como tradujeron los tradicionalistas y carlistas de la guerra civil española: disparad pero sin odio.
Esto es la paz, en el Siglo de Oro español y ahora mismo, cuando hablamos de las guerras crecientes de esta sangrienta centuria, cuando vivimos, en feliz, y a la par triste, expresión del Papa Francisco: la III Guerra Mundial por trozos.