En tiempos de pandemia ha vuelto la adoración al ídolo-ciencia, es decir, la adoración a la ciencia empírica, al razonamiento inductivo. Decía el malvado de Hilaire Belloc que el pensamiento inductivo no es pensamiento en modo alguno, dado que lo tenemos en común con los animales pero me temo que, desde el 14 de marzo de 2020, cuando se disparó el pánico a morir por coronavirus, sólo confiamos en los hombres de bata blanca que es como nos imaginamos a médicos y científicos, también cuando bajan a desayunar.
A médicos y científicos de hoy les hace falta una cura de humildad
Durante los últimos días, con motivo de una festividad familiar, he tenido ocasión de hablar con gente de lo más diversa y he podido comprobar hasta qué punto ha cundido esta peste inductiva. Uno pensaría que ante la tragedia colectiva, el personal reaccionaría a lo clásico y correría a refugiarse en Dios. Pues no: ha corrido a refugiarse en la ciencia y claro... ¡se lleva cada chasco!
Y encima con cierto aire de prepotencia. Quiero decir que la ciencia y la medicina, los de la bata blanca, han cambiado una y otra vez de opinión sobre el Covid pero siempre con arrogancia positivista. Es decir, su última conclusión, que mañana será desechada, es la decisión definitiva de hoy y para siempre jamás.
Y por supuesto, esa conclusión que se rechazará mañana es hoy evidencia científica. Ya saben, o es evidencia o es científica, pero se trata de imponer la ciencia empírica -que tan sólo puede dar cuenta de aquello que se puede ver y que yerra a cada instante- a todos y en todo momento.
Y todo esto me sigue recordando aquella frase del científico católico Louis Pasteur cuando le enseñaron el frontis de un edificio donde podía leerse: "La ciencia no tiene ni fe ni patria". A lo que Pasteur respondió: Cierto, la ciencia no tiene ni fe ni patria, pero los científicos sí. Incluso si la ciencia es perfecta, los científicos no lo son.
La oración es omnipotente, el pensamiento inductivo no existe y la evidencia científica es una contradicción 'in terminis'
Yo volvería a confiar en la Providencia, en Dios, al antiguo grito de la oración es omnipotente. Primero porque en verdad lo es. Segundo porque la ciencia empírica, es decir, lo que hoy entendemos como ciencia, nos ha fallado, por ejemplo con el Covid, más que una escopeta de feria.
Pero he de reconocer que esta no es la reacción mayoritaria en el momento presente. A lo mejor por eso arrastramos esa expresión general, mitad triste, mitad cabreada, en una curiosa esquizofrenia entre la melancolía y el estallido histérico, las dos fuerzas que hoy parecen mover el mundo.