El miércoles 21 cerramos la festividad de San Pío X, uno de los grandes pontífices de la anterior centuria. Quien quiera saber qué es el modernismo, a fondo, que se lea la encíclica Pascendi de Pío X. Se entienden muy bien, pero exige un esfuerzo. Para los comodones, les puede bastar con esta imagen: el modernismo, la madre de todas las herejías, condenada por este papa en 1907, que ya ha llovido, podría definirse hoy como un progresismo clerical. En nuestro siglo XXI lo identificaríamos con esa Iglesia-ONG que tantos pretenden. En esa Iglesia cabe todo, hasta las más solemnes sandeces son posibles. La caridad se convierte en filantropía y luego la filantropía en crueldad.

Ahora bien, a lo largo de un siglo y medio, el modernismo, ese progresismo clerical donde cabe todo, hasta la contradicción, ha terminado en dolencia terminal, que es en lo que estamos en 2024, en la blasfemia contra el Espíritu Santo, donde el bien se convierte en mal y el mal se ensalza como bien, donde la mentira se convierte en verdad y así se acepta por la mayoría y donde -esto es lo más visible- la fealdad se convierte en belleza y admiramos la aberración y, en poco palabras, aplaudimos lo hortera.

Hay que volver al viejo catecismo, a de la doctrina segura, y olvidarnos de moderneces clericalonas, que ni son modernas, sólo modernistas, ni son propias de las manos consagradas. 

No olviden que el ateo niega a Dios pero no pretende cambiarle. Esto resulta más opresivo que aquello, porque es aún algo peor que intentar ser como Dios: pretender que Dios sea como tú.