El Papa Benedicto XVI ha muerto. Es el momento de cerrar filas con el Papa Francisco. Los que se empeñen en oponerlos, pueden estar abriendo la puerta a Satanás. Y aunque la tristeza de la desaparición de una columna de la Iglesia como era el Papa alemán nos entristezca, a un católico no puede postrarle la muerte. La separación sólo un poco; nuestra hermana la muerte, ni un segundo.
Ahora toca cerrar filas con Francisco. El peso de la apostasía de Occidente y sus repercusiones sobre el segundo y el tercer mundo recaen totalmente sobre el pontífice argentino. Desaparecido el Papa bávaro, empezar con las comparaciones puede resultar muy peligroso. Y como diría el finísimo de Pablo Iglesias: además, es estúpido. Por otra parte, entre los llamados tradicionalistas hay gente de primera división, casi todos, y hay agentes del Enemigo especialmente peligrosos. En cuanto a los católicos progres, todos ellos peligrosos, es ahora cuando lanzarán su ataque contra Francisco.
En cualquier caso, todo esto no tiene nada que ver con las simpatías personales. Sí, mi Papa favorito es San Juan Pablo II, seguido de Joseph Ratzinger y, en tercer lugar, Jorge Bergoglio. ¿Y qué? ¿Están acaso los papas para caerme simpáticos a mí? No, los Papas están para pilotar la barca de Pedro y llevan haciéndolo 2.000 años. ¿Estamos en una etapa fin de ciclo, en una de las peores épocas de la Iglesia? Sí. Por eso mismo hay que rezar más que nunca por Francisco. La comunión de los santos, verdad de fe contenida en el Credo, cobra ahora un papel principal.
Todos tras Francisco, nos caiga simpático o no, que eso poco tiene que ver. Es el papa de Dios y tiene virtudes que hay que aprovechar. Y que nos dure mucho tiempo… por la cuenta que nos trae
¿Cómo definir la obra del Papa fallecido este último día del año? Pues perdón por la insistencia pero insisto y persisto en que el teólogo no es San Juan Pablo II y el filósofo Benedicto XVI, sino justamente al revés. Como muestra un botón: reparen en esta corta pero enjundiosa reflexión de Joseph Ratzinger: “No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”.
Buen momento éste para recordar a quienes se sienten solos -mayoría social, que diría don Pedro Sánchez- que la soledad y su consecuencia primera, la melancolía, hoy llamada depresión, sólo se cura cuando uno se sabe amado y, además, necesario. Lo somos: amados por Dios y necesarios, para Dios y para el mundo. ¿Consolador, verdad? Lo mismo con el otro tema clave de nuestra época: la vida. San Juan Pablo II exponía toda una teología del cuerpo, con un sustrato filosófico difícil de resumir en este obituario. Por contra, Benedicto zanjó la cuestión con cuatro palabras: “Dios ama al embrión”. Fin de la cita, fin de la cuestión.
El filósofo es Juan Pablo II, seguidor de Tomás de Aquino; el teólogo era Benedicto XVI, seguidor de San Agustín. Pero da igual: los dos tenían un mismo objetivo, sólo que caminaban por distintas sendas para llegar hasta Él. Lo que importa es que somos amados y necesarios, todos y cada uno, también antes de nacer. Dios, que nos hizo sin contar con nosotros, no nos salvará sin nosotros. Como a todo hombre noble, a Cristo le gusta la libertad. Detesta que le amen robots.
Benedicto XVI zanjó todo el derecho a la vida en cuatro palabras: "Dios ama al embrión"
Ahora, todos tras Francisco, nos caiga simpático o no, que eso poco tiene que ver. Es el Papa de Dios y tiene virtudes que hay que aprovechar. Y que nos dure mucho tiempo… por la cuenta que nos trae.