He tenido la suerte de haber estado infectado de este virus pándemico, bautizado con el nombre popular de coronavirus. Antes de estar enfermo vi el vídeo de un joven sacerdote padeciendo la misma enfermedad, que daba gracias por “esta caricia de Dios”. No sé qué habrá sido de su vida, pero no lo entendí muy bien, no era la primera vez que oía esto de las caricias de Dios ante las desgracias personales, pero lo cierto es que se trata de estas cosas que no se entienden sino se viven, como no se entiende ni se sabe explicar con claridad el amor a los hijos si no tienes hijos, ni el sufrimiento de un parto si no has dado a luz nunca.
Antes de estar enfermo de coronavirus vi el vídeo de un joven sacerdote padeciendo la misma enfermedad, y en el que hablaba de daba gracias por “esta caricia de Dios”
He estado trece días ingresado en hospital, mal, muy mal. Con un grave quebranto, según el neumólogo que me atendía. Debía ser cierto, porque nunca había estado tan cerca de la muerte sabiendo que no moriría… Pero esa cercanía a la sensación de la muerte, al sufrimiento, a la angustia cada vez que sentía que me asfixiaba, al dolor, la incomodidad de no estar bien en ninguna postura y el miedo a la llegada de la noche, tan larga, tan larga, tan larga… Me abrió los ojos del corazón. En medio de aquella despedida que nunca llegaba, descubrí todo lo bueno que tenía. Tuve muy presente a mi padre que había muerto hacía pocos meses, también a mi madre en sus permanentes dolores, a mi mujer cuando hemos sido felices y cuando no lo hemos sido tanto. Enumeraba a mis hijos y a cada uno les pedía perdón por tantos errores. Por todos rezaba y a todos les debía algo.
Era una realidad tan material la que percibía en todo esto que no podía quedarme en mi círculo más íntimo. Mis hermanos también estaban allí y sabía que estaban conmigo. Y mis amigos, amigos buenos que rezaban por mí, que preguntaban por mí, que respetaban en silencio mi dolor. Descubrí el sentido real de la amistad que es una órbita distinta al amor del entorno familiar. Distinta es diferente, no más ni menos. Es otra forma de amar y es así porque cuando solo ves entre sueños, jaleado por el malestar de la enfermedad, aparecen en tus pensamientos los que son amigos de verdad, te acuerdas de ellos y los quieres ver. Quieres que te acompañen, les quieres coger la mano y preguntarles qué tal estás.
En medio de aquella despedida que nunca llegaba, descubrí todo lo bueno que tenía.
También están los que en plena salud me hicieron mal. Ese momento sublime que te lleva a comprender mejor que nunca, y que muchos, lo de perdonar y amar a los enemigos. ¡Qué curioso, verdad! Recé por ellos como rezaban los que me querían. Buscaba en el padecimiento la manera de restituir lo que hice mal o no hice bien. Las veces que escandalicé sin darme cuenta pero que quizá hice cierto daño a algunas personas. Pero siempre me llegaba el consuelo de que no estaba solo porque tenía una conversación interna que provocaba en mí el consuelo.
¡Qué bien comprendí entonces lo de “las caricias de Dios”! Qué bien comprendí lo de amar sin condiciones, lo de amar más que ser amado. Entendí también qué es la familia, especialmente el matrimonio, y qué es eso de la amistad y el verdadero agradecimiento, no el del montón que se dice como una fórmula de obligado cumplimiento.
Y en esto del agradecimiento, me gustaría hacer una reflexión sobre lo de los aplausos en los balcones, y lo digo precisamente yo que he sido receptor del buen hacer de las personas que me han cuidado y curado. Jamás he aplaudido, porque desde el primer día me pareció pura manipulación sentimentalista, no un gesto espontáneo de cariño. Ahora se ha convertido en un acto políticamente correcto que si no lo haces estás marginado. Yo prefiero agradecer su esfuerzo de corazón, no dando palmas, y menos cuando ellos dicen. Palmas que se convierten en loas a un Gobierno que traiciona a España, a los enfermos y a los sanitarios; un Gobierno que se aprovecha del estado de alarma para manejar la situación a su antojo, mientras trabajan en la trastienda del poder determinados decretos leyes a su favor, disponiendo cargos en manos de personas ineptas, inadecuadas, sin conocimientos, que son solo útiles porque apoyan la ideología del poder que pretenden imponer.
Las caricias de Dios sólo se entienden cuando se experimentan. El dolor te hace omnisciente y entonces comprendes la amistad
Pero volviendo al tema que hoy nos traía, sufrir de verdad una grave enfermedad es un acercamiento real a nuestro interior, y con ello a Dios. Son momentos que muchas personas, por falta de fe o formación, son incapaces de ver la oportunidad de sentir las caricias de Dios, pero como ya dijo Teresa de Jesús cuando en una de sus correrías fundacionales, se cayó del carro y oyó una locución divina que le decía “Teresa, así trato yo a mis amigos” y la santa de Ávila, lenguaraz ella, respondió: “Y así de pocos tienes”.
Gracias a todos por haberme cuidado tanto.
Elogio de la amistad (El Buey Mudo) José María Gimferrer. Se trata, sin duda alguna, de una fuente de inspiración sobre un tema tan antiguo como consustancial al hombre. Además de una completísima recopilación de aforismos y máximas, en Elogio de la amistad se recogen textos fundamentales. Una edición de regalo en tapa dura, forrado en geltex simulación moiré, cabezales y separador de tela, estampado en dorado y con sobrecubierta.
Nuestro pan de cada día (Acantilado) Predrag Matvejević. El autor nos propone recorrer un camino que aúna poesía, filosofía, historia y ciencia, y en el que se hará visible tanto el fruto del esfuerzo humano como su valor simbólico. Porque, en efecto, el pan acerca Dios a los hombres, es el negador del hambre, la aspiración del miserable, la comida que le sobra al rey. Se reclama en los hospitales y los orfanatos, y es finalmente un símbolo de justicia.
El regreso del hijo pródigo (PPC) Henri J. M. Nouwen. Si algo tiene el encuentro con el dolor y la muerte es precisamente vivir en primera persona ser el hijo pródigo. Este libro, ya un clásico, ha vendido decenas de miles y sigue haciéndolo porque sus reflexiones nos pondrán en la pista, en el camino, de reconocer lo que somos.