No hablo de consumismo, asunto habitual en Navidad de todos aquellos a los que no les gusta la Navidad. Pero hay dos tipos de Navidad: la de quienes festejan que el hijo de Dios se ha hecho hombre y la de quienes presumen que el hombre se ha hecho Dios. Estos segundos suelen ser mucho más feos.

Por eso, estas fechas recorren la columna vertebral de la historia humana, siempre partida en dos grupos: los cristianos que ven la realidad tal como es - creación, redención y realización- y la de quienes tratan de imitar la ecuación cristiana invirtiendo los términos: el hombre crea a su Dios y ya se sabe que todo ídolo necesita esclavos. Por lo general, sus propios creadores.

Insisto, esta vez en Navidad: no existe el ateo, existe el adorador de Dios y el imitador de ese adorador que crea su propio ídolo, hasta que choca con la dura realidad: el hombre no puede dar razón de su existencia y, cuando pretenda darla, cuando pretende prescindir de la redención, acaba en esclavo... siempre. 

El ser humano siempre vive arrodillado: ante Dios, y entonces es libre para realizarse en plenitud, o ante su propia miseria. Y cuanto más niegue a Dios y más dioses se crea, más esclavo será.

Esto es lo que celebramos en Navidad. nuestra liberación. ¿Por qué creó Dios al hombre? Su amor lo exigía. ¿Por qué redimió Dios al hombre encarnándose en una Virgen? Porque nos quería.

La historia tampoco es tan difícil, caramba.