Comenzamos esta crónica semanal sobre persecución a los cristianos en Nigeria, donde la Iglesia Católica afirma que los cristianos de su país son víctimas de un proceso de limpieza étnica y religiosa a manos de los musulmanes fulani con la complicidad del Estado, que no se debe únicamente a «enfrentamientos» por las tierras entre pastores musulmanes y agricultores cristianos, informa ACN.
«No se trata solo de cuestiones de pastoreo. Para mí, esto es una guerra religiosa», afirma el Obispo de la Diócesis de Makurdi en el estado de Benue, Monseñor Wilfred Anagbe.
«Tienen una agenda, que es la islamización de este país. Y lo están haciendo, eliminando cuidadosamente a todos los cristianos y ocupando sus territorios. Si se trata de pastoreo, ¿por qué matar a la gente? ¿Y por qué quemar sus casas?», se pregunta.
Johan Viljoen, director del Denis Hurley Peace Institute de Sudáfrica, organismo que trabaja para promover la paz, la democracia y la justicia y que está estudiando los ataques armados de los fulani en el sureste de Nigeria, habla de una «ocupación concertada y bien planificada. Todo esto está ocurriendo bajo la cobertura de Miyetti Allah, de la que el presidente Buhari es el mecenas», dice, refiriéndose a una organización que dice defender los derechos de los pastores fulani.
La implicación del Estado a alto nivel es una de las razones por las que las fuerzas armadas se han mostrado poco dispuestas a intervenir y controlar la violencia. «No creo que el Ejército intente resolver nada. En todo caso, intentan fomentarlo», afirma Johan Viljoen, recordando una reciente misión de investigación en Nigeria durante la cual los colaboradores de su instituto eran parados cada cinco kilómetros por soldados, todos ellos fulani, que actuaban de forma amenazante y apuntaban con sus armas. Tras años de violencia «ni un solo fulani ha sido juzgado por la violencia», añade.
Mons. Wilfred Anagbe subraya que las fuerzas armadas están bajo el control directo del presidente y, además, «todos los jefes militares de la Marina, del Ejército del Aire y de la Policía son musulmanes».
Condenamos inequívocamente los deplorables ataques contra las iglesias y los cristianos
Nos vamos a la India, donde prosiguen los ataques contra los cristianos por parte de los fundamentalistas hindúes. De hecho, en un solo día, el pasado 3 de octubre, se produjeron al menos 13 episodios de violencia y amenazas por parte de miembros de grupos radicales hindúes contra comunidades cristianas en los estados de Uttarakhand, Haryana, Uttar Pradesh, Chhattisgarh y Madhya Pradesh y en Nueva Delhi, capital del país.
Así lo ha comunicado a la Agencia Fides la Comisión para la Libertad Religiosa de la «Evangelical Fellowship of India» (EFI), una organización que reúne a comunidades y confesiones de grupos cristianos evangélicos.
En varios incidentes, gritando eslóganes que alababan al dios hindú Ram, las multitudes enfurecidas han golpeado a los fieles reunidos en oración, destruyendo muebles, fotografías e instrumentos musicales, y devastando varias salas de culto.
«Condenamos inequívocamente los deplorables ataques contra las iglesias y los cristianos. Los miembros del Sangh Parivar (grupo extremista hindú) responsables de estas acciones criminales deben ser llevados inmediatamente ante la justicia y recibir el castigo adecuado para que dejen de realizar actividades violentas e inconstitucionales», afirma a la Agencia Fides el padre jesuita Cedric Prakash, promotor de los derechos humanos y la libertad religiosa.
«Nadie tiene derecho a utilizar la ley a su antojo. Además, según la Constitución, todo ciudadano tiene el derecho fundamental de predicar libremente la religión de su elección». El jesuita ha señalado que en las zonas del norte de la India «la violencia va en aumento: las víctimas son siempre las minorías religiosas y las comunidades marginadas, como los agricultores o los dalits», añade.
La fe de los cristianos es muy fuerte a pesar de esta presión. Ninguna persecución podrá apartarnos de la fe
Un ejemplo concreto de la persecución a los cristianos en la India es lo que le ocurrió al padre George Mangalapilly, un sacerdote que ha sido absuelto recientemente de un supuesto delito de “conversión religiosa forzada”. En diciembre de 2017 un grupo de radicales hindúes atacó al sacerdote y a un grupo de seminaristas mientras cantaban villancicos por las calles del pueblo de Jawahar Nagar Bhumkahar. Fueron arrestados por la policía y tras cuatro años de batallas legales, un Tribunal Superior de la India absolvió al padre George, según el testimonio que compartió en Trece, recoge ACN.
Los cuatro años esperando la sentencia han sido “un tiempo muy duro para muchos. He tenido que vivir muchos procesos. Cada dos semanas tenía que ir al juzgado a firmar, y así durante dos años y medio. Este fue un hecho aislado, pero los ataques a los cristianos han sido muchos. En este caso nosotros apelamos hasta la corte suprema porque sabíamos que éramos inocentes, pero hay otros muchos casos que no se han resuelto aún. Pero nuestra fe es fuerte. La gente ha experimentado persecución y encarcelamiento”. “Pero la fe de los cristianos es muy fuerte a pesar de esta presión. Ninguna persecución podrá apartarnos de la fe”.
El sacerdote denuncia que “esta persecución contra los cristianos no es nueva, no es la primera vez en la historia de la India que hay casos así, como el nuestro. Especialmente en los estados gobernados por grupos radicales, que van contra los cristianos. Ellos tienen miedo de los cristianos porque educan a las personas. Enseñan a leer y escribir a quien no sabe, en la India hay muchísima gente pobre y analfabeta y la Iglesia les educa. Y claro, tienen miedo de que si la gente tiene educación comenzará a reclamar sus derechos”.
“Durante la persecución la Iglesia crece, no crece cuando todo son comodidades, sino que el Señor dice: ‘toma tu cruz y sígueme’. Así es como crece, es parte del cristianismo. Gracias a esto mucha gente india, de diferentes etnias sabrán que sufrimos por Cristo. Esto da a conocer el mensaje de Jesús, cómo amarnos unos a otros, cómo vivimos la fe en Jesús”, concluye el padre Mangalapilly.