En su reciente discurso programático como presidente de turno de la Unión Europea, Pedro Sánchez hizo un buen diagnóstico pero una pésima terapia. Mejor, no hubo terapia digna de tal nombre.
Sí, Sánchez puede hacer buenas descripciones de la enfermedad, las curas se le dan peor y lo único que se le ocurre es endeudarnos a todos por los siglos, como panacea -es la única solución que se le ocurre- contra todos los males de la economía. Contra los males de la sociedad, sencillamente, su salida consiste en llamar mal al bien y bien al mal... y no creo que lo haga siempre por ignorancia. ¡Oiga, es doctor en economía!
Su diagnóstico para su presidencia de la Unión Europea, de julio a diciembre del presente año, es que Europa necesita soberanía alimentaria, energética y tecnológica. No dice cómo solucionar ninguna de las tres porque sus propios prejuicios se lo impiden. Ejemplo: es imposible que Europa posea un adarme de soberanía energética si cerramos las centrales nucleares y renunciamos a la fractura hidráulica... que es lo que hemos hecho.
La ONU advierte de la crisis alimentaria, la madre de todas las crisis, que viene pero eso no es su prioridad: su prioridad es salvar al planeta, aunque así condene al hombre
Ahora bien, el peligro de hambruna es mucho más grave. Veamos cuál es la génesis del asunto, que creo honradamente que es el cambio que España, y Europa, necesitan. Ahí va.
Todo se reduce a esto: no hay que consumir menos, hay que producir más. Por ejemplo, urge producir más alimentos. La crisis alimentaria que viene es de mucha más enjundia que la crisis energética actual. Pero ni el PSOE ni el PP se plantean producir más, sólo consumir menos... para salvar al planeta.
Hasta la mismísima ONU -cosas veredes, amigo Sancho- advierte de la crisis alimentaria que llega y que se convertirá en la madre de todas las crisis. Pero ojo, esa no es la prioridad de Naciones Unidas: su prioridad es salvar al planeta -¡Pobre planeta Tierra!- aunque así condene al hombre al hambre.
O peor: promocionar el aborto. Es decir, no matar el hambre sino matar al hambriento, a ser posible, antes de que nazca
O peor aún: promocionar el aborto. Es decir, no matar el hambre sino matar al hambriento, a ser posible antes de que nazca. Hay que reconocer que con la matemática ciega en la que se desarrollan nuestras vidas, si reducimos el número de humanos también reduciremos el número de hambrientos. Es lo que Sánchez llamaría una evidencia científica: vender el coche para comprar la gasolina.
Sólo hay una manera de solucionar 'el problema': olvidarnos de consumir menos, y empezar a producir más. De entrada, más alimentos, luego, más energía, finalmente, más tecnología... que no deja de ser lo que la sociedad ha hecho desde que el mundo es mundo, la receta con la que ha logrado sus más altas cotas de progreso y de bienestar.