Las cosas entran por la vista. El último ataque para pervertir a la infancia consiste en que, en los colegios, desde su más tierna infancia, los niños vistan de niñas y viceversa, aunque en esto segundo caso... los casos son menos.
Por supuesto, como las cosas entran por los ojos y como los niños son muy conscientes de su apariencia desde su más tierna edad, la confusión entre los pequeños acaba por resultar cruel.
Caso real, colegio madrileño en una zona de nivel medio alto de riqueza y, se supone, solo se supone, que también de nivel medio alto de cultura. Una madre asegura que su hijo de siete años le pide ir vestido de niña. No se lo cree ni ella pero el caso es que le lleva al colegio vestido de niña.
¿Qué hace la Dirección del muy público colegio? ¿Quizá intenta convencer a la madre de que no sea estúpida, de que su niño nació niño y que por tanto debe ir vestido como un niño? Ni mucho menos. La Dirección, con el cerebro lavado por la ideología gender, y sobre todo, para cubrirse las espaldas, emite una circular a todos los padres exigiéndoles que obliguen a sus hijos a respetar a su compañero diferente, o diverso, o simplemente tontolaba. Nada de bromitas ni de extrañezas. El emperador va desnudo pero mucho cuidado con atreverse a expresar ni tan siquiera asombro por su desnudez.
Es el esquema de siempre: tu derecho se convierte en mi deber, tus derechos pasan a ser mis obligaciones. Y pobre de aquel padre que proteste contra la imposición. Una vez más, la mayoría controlada por la minoría más necia.
Si se tratara de un caso aislado todos nos lamentaríamos de la creciente idiocia humana y mantendríamos la compostura. Pero ahora me cuentan, por fuentes asimismo diversas, que esta peligrosa necedad se está imponiendo a la inocencia infantil hasta en las guarderías municipales. En varias de ellas -y no digo en muchas porque no tengo noticias de todas- se advierte a los padres que los niños pueden ir vestidos de niñas y que mucho ojo con mostrar el menor asombro. Es entonces cuando el uso se convierte en abuso por institucionalización de la memez. ¿Es mentira, señor Almeida? Pues dígalo usted. No lo hará: para eso necesitaría argumentar, no la buena doctrina, sino la doctrina del sentido común: que existen dos sexos, el masculino y el femenino, que ambos son espléndidos y que de ellos, de ambos, depende la subsistencia de la humanidad.
Para luchar contra esta lacra de la ideología de género, se necesitaría un alcalde que defendiera lo obvio (llegará un momento en que tengamos que demostrar que la hierba es verde, dijo Chesterton): que no nacimos sino que nos nacieron, que no elegimos nacer hombres o mujeres, nos nacieron, que no elegimos nacer en el siglo XII o en el siglo XX, nos nacieron, que no elegimos nacer guapos o feos, altos o bajos, ricos o pobres, listos o tontos... nos nacieron.
Y, de postre, señores, que Dios perdona siempre, el hombre algunas veces, la naturaleza nunca y que es la naturaleza la que impone que los niños son niños y las niñas son niñas. En el caso de la infancia el asunto es más grave: si un varón adulto quiere comportarse como una mujer, o una mujer adulta como un varón, allá él. Pero un niño no puede realizar ese razonamiento. Hasta que tienen uso de razón, un niño considera bueno o malo lo que sus papás y sus ‘señoritas’ le dicen que es bueno o malo. Y no hay derecho a romper su espléndida y maravillosa inocencia... que es, justamente, lo que estamos haciendo.
El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, debería saber que el daño que se hace a un niño vistiéndole de niña es tremendo. Y en las guarderías municipales no debería darse pábulo a esta tragedia. Que hable el alcalde y decida, y hable alto y claro, que en las guarderías municipales, un niño es un niño y una niña es una niña... afortunadamente.