Los modernistas son esos que piensan que es estar en la punta de lanza de la vanguardia, especialmente en lo referente a la moda o las tendencias ideológicas, y se equivocan, porque los modernos son los que están permanentemente en la línea roja de lo que ellos aborrecen, los clásicos y lo antiguo. Viven en el ejercicio constante por estar peleando sobre la ola en el surfeo de la modernidad. La brutal exigencia de huir hacia delante.
Para acotar el campo, diré que los modernos son lo que llaman progresismo a cualquier cosa que consideren y les aleja del conservadurismo. Y la paradoja, se lo digo a estos con cariño, es que el progresismo no es moderno. Progresismo es un eufemismo que realmente retrocede en el avance del ser humano, porque en realidad va en contra del hombre y lo que va en contra del hombre nunca puede ser ni progreso, ni moderno, ni nada, porque lo que va a en contra del hombre es la muerte. En serio, ¿nadie ha reparado en que el supuesto avance que pregona el progresismo es la anulación del ser humano con su kultura del cuerpo y la intelectual, al tiempo que espolea actitudes, libertades y derechos humanos que anulan su cualidad humana?
El progresismo va en contra del hombre y lo que va en contra del hombre nunca puede ser ni progreso, ni moderno, ni nada, porque lo que va a en contra del hombre es la muerte
Hay muchos que escriben sobre los diferentes aspectos del confinamiento y la pandemia que estamos sufriendo. Algunos apuntan la idea de que se trata de una revuelta de la naturaleza contra el hombre, al que por sus atropellos irresponsables, explotando los recursos, le está haciendo pagar una magra factura. Sin embargo, otros escribimos más bien que es una revolución del hombre contra el propio hombre. Los años y el conocimiento nos demuestran que hay pocas casualidades en la vida, y que esta ola mortal que da la vuelta al mundo destruyendo la armonía no es una enfermedad mundial denominada Covid-19, sino más bien, la manera de intentar cambiar de una vez por todas los paradigmas de la humanidad, de las sociedades modernas, la manera de que el hombre deje de preguntarse sobre los demás y hacerlo solo sobre sí mismo.
Se trata al final del suicidio de la humanidad, porque cuando dejamos de preguntamos en plural qué nos está sucediendo, y solamente nos preocupa lo que me está pasando y cómo puedo salir yo de esta, no es ni más ni menos que el individualismo (egoismo) personificado. Es dejar de mirar a nuestro alrededor, dejar de ver a otros que como nosotros pueden ayudarnos o pueden necesitar nuestra ayuda. Es renunciar a la trascendencia. Es la inmolación de los hombres, de las mujeres, de nuestros hijos.
El hombre contemporáneo ha rechazado a Dios, porque la ciencia o el bienestar le dan la comodidad y la seguridad que antes esperaba de Dios
El hombre contemporáneo ha rechazado a Dios, porque la ciencia o el bienestar le dan la comodidad y la seguridad que antes esperaba de Dios. Ese mismo hombre, ahora es un hombre viejo en el que apenas le queda un horizonte donde mirar porque ya no lo busca fuera de él, en la eternidad. Vive su carpe diem particular, que le exige permanentemente olvidarse de ayer y no reconocer al mañana. El Dalai Lama refuerza la idea contraria a Dios con este aforismo, solo existen dos días en el año en los que no se puede hacer nada. Uno se llama ayer y otro mañana. Por lo tanto, hoy es el día ideal para amar, creer, hacer y principalmente vivir. Este, y no otro, es el paréntesis en el que la humanidad está muriendo, porque se encuentra atrapada, porque no tiene una visión trascendente de los actos que nos guía a los cristianos hacia Dios. Los hombres que piensan como el Dalai Lama, ya no atienden a la pregunta de dónde vengo ni buscan la respuesta de a dónde voy, por eso crece la idea de la reencarnación, porque el hombre moderno ya no piensa en la realidad de la muerte como un paso definitivo a la eternidad, un camino seguro a los brazos del Padre Eterno.
Son tiempos en los que, a los que nos llaman agoreros, se les repudia porque dicen las cosas como son o deben de ser, y es que en un mundo sin moral, cuando se recuerda a los demás que estamos haciendo el mal no se les quiere oír, porque van en contra de la opinión general. Prefieren seguir viviendo en su ignorancia para que la conciencia no les patee la existencia y satisfacerse en la felicidad de un animal sano que come, ríe y retoza.
El hombre moderno ya no piensa en la realidad de la muerte como un paso definitivo a la eternidad, un camino seguro a los brazos del Padre Eterno
¿Debemos tener en cuenta y hacer caso a las voces, simplemente porque son muchas o, simplemente, porque es la opinión general de la calle? De esto he hablado en otras ocasiones y lo cierto es que los agoreros somos personas que nos empeñamos en recordar que hay un Dios. Que no nos cansamos de recordar la existencia de la obligación moral en nuestros actos. De que no somos nada más que correas de transmisión entre los hombres y mujeres del mundo para que, aunque no hagan caso, el mundo sepa que esto existe. ¡Ay, el día que faltemos! Ese día el mundo morirá, pero no porque seamos importantes, si no porque somos conscientes de nuestra resposabilidad cristiana.
Inteligencia artificial o ¿conciencia artificial? (Digital Reason) de Natalia López-Moratalla. Si se piensa en la creación de superordenadores basados en el funcionamiento cerebral o en la de superhombres por estimulación cerebral o cualquier tipo de ingenierías genéticas, es difícil no preguntarse si la ciencia ficción se ha empezado a convertir en una realidad: un sueño cumplido para unos y una pesadilla para otros.
Génesis. El origen del universo, de la vida y del hombre (Homolegens) de Diego Martínez Caro. Su autor ha intentado presentar una visión actualizada de estas cuestiones con la suficiente consistencia como para permitir al lector interesado la formación de un juicio riguroso acerca del mundo que nos rodea y acerca de nosotros mismos.
Vidas y opiniones de los filósofos ilustres (Almuzara) de Diógenes Larcio y Ramón Román. Una fuente irrenunciable para el estudio de numerosos filósofos, escuelas y corrientes antiguas del pensamiento occidental. Las Vidas son, a pesar de Nietzsche a quien debemos parte del descrédito de Diógenes, una suerte de laberinto filosófico y literario, en el que, aun faltando a veces puntos de referencia, ofrecen un testimonio personal de múltiples materiales desaparecidos.