La verdad es que, últimamente, más que a los católicos oigo hablar del fin del mundo a los ecologistas, todos ellos apocalípticos radicales. Incluso el secretario general de la ONU, mi queridísimo amigo, Antonio Guterres, nos advierte de que la humanidad ha cruzado las puertas del Infierno y Pepe Botero, en forma de petrolero de Repsol, ha salido a darle la bienvenida. Pero dejemos eso.

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Durante la segunda quincena de noviembre, con la festividad de Cristo Rey de por medio (este año domingo 24 de noviembre), las lecturas de la misa frecuentan el espinoso asunto del fin del mundo, los novísimos y cosas así.

Bueno, lo cierto es que sobre el fin del mundo hablamos todos los días del año cuando recitamos el Credo (y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos...) pero las lecturas de esta segunda quincena, Evangelio, Apocalipsis, profeta Daniel, etc., cogen el toro por los cuernos y hasta por los cueros. 

Es decir, que la Iglesia sería conspiranoide. 

Argumentos a favor y en contra de la costumbre de reflexionar sobre el fin del mundo. 

A favor, si el fin del mundo es un invento, la doctrina cristiana y la historia no tienen sentido. En contra: el fin del mundo es, para cada cual, su propia muerte. 

A favor, Cristo nos dio señales del fin de los tiempos. El Hijo de Dios no habla de lo que no es necesario hablar. Del fin del mundo sí que lo hizo. En contra, si el propio Cristo afirmó que la fecha no la conoce ni el Hijo, sólo el Padre, ¿por qué empeñarnos en fecharla?

Conclusión: tan tonto es negar la razón a quien habla del fin de los tiempos como otorgar certificados de sensatez a quien ningunea e ignora a todo aquel que piense en el fin de los tiempos, o que le tilde de conspiranoico y trate de reducirle al silencio.