Cuando afrontamos nuestra vida en términos de futuro, podemos imaginarlo y siempre será deseado, o podemos suponerlo y se tornará oscuro. Así funcionan las palabras en la cabeza. Pero más allá de nuestras cabezas está la realidad. Llevo días repasando despacio Un mundo feliz (Debolsillo), de Aldous Huxley, que cuando lo escribió era una distopía y hoy es la crónica de la realidad en muchos aspectos. Aldus tenía un hermano, Julien, que a diferencia de este era un empedernido eugenista, maltusiano partidario de un estado controlador. Posiblemente, Julien, sin saberlo, en tertulias y debates, debió aportar a Aldous bastante material conceptual literario para que su más famosa y universal novela llegara a ser hoy tan tristemente real.
Nos encontramos en la tesitura de que frente al deseo de alcanzar ese mundo feliz, tan irreal como utópico, termine pareciéndose mucho a este otro mundo de ayer, no tan feliz, porque el salto a la irrealidad de la felicidad no se encuentra fuera de nosotros, que es donde se nos van los ojos a buscarla. Este es uno de los grandes engaños que se proporciona a la sociedad, igual que el soma en la novela de Huxley, repara sentimentalmente a sus personajes. Un mundo donde todo se convierte en un reflejo estético del ser-teniendo, cuando el cambio debe ser interior. Es más, o es interior o no es cambio. Solo será la cascarilla que se pierde con el viento cada vez que la veleta gire.
Política, ciencia y religión. El deseo de dominio siempre ha estado en estas coordenadas porque con ellas dominas, por obligación, necesidad o voluntad. Amar, pensar y saber (Sekotia), de Julio Barceno, actúa precisamente como antídoto ante la conciencia fluida por cansancio, atorada ante la falta de argumentos o peor, que se arrincona por cobardía y se deja llevar por la presión o la depresión, aunque razones no faltan para ello.
¿La Agenda 2030 tendrá algo que ver con la destrucción de España? Hay quien dice que para ese año España ya no será España
El futuro en gran medida no depende de nosotros, estamos sometidos a un entorno social tremendamente politizado en el que se legisla hasta las veces y el tiempo que podemos ir al servicio en tiempo de trabajo. Una sociedad mediatizada por un poder omnímodo, político y financiero que nos deja pocas opciones de elección. No olvidemos que el futuro nos interesa en la medida que resuelve nuestras necesidades o anhelos. Sólo es interesante si nos conduce a un mundo mejor para nuestros intereses, que normalmente no coinciden con los de los demás. Por esa razón el futuro es conceptualmente anarquista, solo vela por él mismo y a nadie conforma. Es por esto, por lo que el poder se empeña en manejarlo -manipular el presente- a su favor. Un presidente que es capaz de saltarse la ley, la justicia y la verdad para indultar a personas que prometen volver a cometer el mismo delito en el futuro, es un corruptor de todas las vidas de un país. Perpetrador de una sociedad envilecida e inmoral. Pedro Sánchez, Pere Aragonés, Oriol Junqueras y los independentistas en general, están decidiendo el futuro de España, no por razones de justicia, ni tan siquiera políticas, y mucho menos por la paz y la cordialidad. Las razones son oscuras y obedecen a la trama de la guerra cultural entre las fuerzas anglosajonas y la hispanidad, cuyo fuerte y origen es -todavía-España. Una España rota, disuelta, confederada en pequeñas partecitas, nos retrotrae a la Hispania visigoda. Y me pregunto… ¿La Agenda 2030 tendrá algo que ver con la destrucción de España? Hay quien dice que para ese año España ya no será España.
A Felipe VI la vida le brinda una oportunidad de oro para dar la vuelta al sentido práctico de la Corona y con su no disposición a firmar los indultos, dar la vuelta a la situación. Temeroso de la ferocidad del odio que han acumulado en Cataluña y las Vascongadas, junto a la izquierda podemita o el PSOE podemizado, comprendo que le hagan caer chorretones de sudor. Sin embargo, ese golpe de timón a estas circunstancias le devolvería la gloria que la Corona no debía haber perdido por causa Juan Carlos I, y el pueblo soberano se lo demostraría como lo ha hecho a lo largo de la historia. Sólo temo al gen Borbón, cuya sombra es alargada.
El futuro no respeta el pasado porque sólo mira hacia adelante. Sin embargo, enfrenta de forma evidente a progresistas y conservadores. Un enfrentamiento que a extremistas y nacionalistas les hace converger en un planteamiento único que les excede a ellos mismos: un proyecto exclusivista que busca por naturaleza la aniquilación del contrario. Y como un testigo apartado, la verdad permanece en silencio, acallada por los gritos de los medios de comunicación entregados al poder, al político y al financiero, porque dependen directamente de ellos -los periodistas hace tiempo vendieron el sacro sentido de la veracidad al que se debían-. Este silencio de la verdad ha levantado un enorme muro difícil de sortear por la inmensa mayoría de las personas, un muro que opaca la vida diaria y la realidad.
¿Quieren un buen ejemplo de cómo el futuro ha sido manipulado y así seguirá siéndolo? Miren, con este valiente libro de investigación periodística La Transición oculta (Almuzara), de Luis Miguel Sánchez Tostado, el autor da un repaso de los buenos a lo que con tanto orgullo se les llena a la boca a los políticos cuando hablan de la Transición, como si se tratara de un hecho histórico heroico cuyos artífices fueran ellos, y así puede ser en cierta medida, pero no siempre de manera modélica. Hurgar en las páginas de este ensayo nos pondrá los pies en la tierra y nos hará imaginar o suponer, depende de quién, que nuestro futuro sigue urdido por unos pocos para conducirnos al más allá de lo que deseamos ser pero incapaces de sentir.