Se decía de Chesterton, el mayor polemista del siglo XX, el que amenazaba con “escribir un libro a la menor provocación”, el que resumía su segundo viaje a Estados Unidos asegurando que castigó con cerca de cien conferencias-debate a “personas que jamás me habían hecho el menor daño”, se decía, afirmo, que jamás había golpeado a una persona, sólo a sus ideas.
Pues eso, que Chesterton seguía la máxima de San Agustín: odiar el pecado y amar al pecador, justo lo que no entiende el legislador de los delitos de odio para quien una y otra cosa son exactamente lo mismo.
El siglo XXI no tendrá remedio mientras no reparemos en esta cuasi evidencia.
Uno de los pioneros de los delitos de odio en el mundo, fue el ilustre José Luis Rodríguez Zapatero. Su 510 del Código Penal no castiga el odio a una persona sino el odio a una idea, lo cual supone caer en el absurdo.
Luchar contra la pobreza es justo lo contrario que odiar al pobre, luchar contra la enfermedad es justo lo contrario de marginar al enfermo…
Ejemplo: el Catecismo de la Iglesia (puntos 2357, 2358 y 2359) impone al cristiano amar al homosexual al tiempo que califica los actos homosexuales, como gravemente antinaturales. Sin embargo, el 510 del Código Penal confunde ambas cosas y condena, y hasta con cuatro años de cárcel, cualquier crítica a la homosexualidad porque la confunde con persecución al homosexual. Es decir: si luchas contra la homosexualidad estás odiando al homosexual.
Y así, ocurre que si luchas contra la pobreza estas marginando al pobre -es justo lo contrario-, si luchas contra la enfermedad estás castigando -¿odiando?- al enfermo -es justo lo contrario- o si luchas contra la ignorancia estás marginando -odiando- al ignorante.
Es el principal problema intelectivo del Siglo XXI. Conviene echarle una pensada.