Percibo una apremiante necesidad y una campaña, un punto insidiosa, para negar la sentencia de un viejo principio cristiano: odiar el pecado y amar al pecador. Es verdad que San Agustín no pronunció dicha frase tal cual, pero sí la idea, y de forma inequívoca. Para ser exactos, lo que escribió San Agustín, en una de sus cartas, fue lo siguiente: "con amor por la humanidad y odio a los pecados". O sea, odiar el pecado y amar al pecador.
A mí me parece que estamos corriendo con mangueras a las inundaciones y con barcazas a los incendios. Porque no creo que estos sean tiempos de falta de comprensión de la Iglesia hacia el pecador, sino de falta de consideración de fieles, infieles y jerarquía respecto al Magisterio de la Iglesia, justo lo contrario, en un intento por aguar la doctrina, minorar la exigencias de la fe y, en suma, crear religiones a la carta que ni llenan, ni realizan, ni consuelan ni satisfacen... quizás porque no son nada.
Ejemplo, observo en esta página web un ataque, muy documentado, naturalmente, a la precitada frase de odiar el pecado y amar al pecador, que utiliza, casualmente, el ejemplo de los gays: ser gay no es un pecado, sin duda y, en efecto, así lo dice la postura oficial de la Iglesia. Sin embargo, asegura que "muchos miembros de la comunidad LGBT continúan siendo señalados por su 'pecado', cuando en realidad no hay nada que señalar".
El movimiento LGTB ha lanzado este mensaje: no te pido que me aceptes, te exijo que me aplaudas
Y tiene razón, el Catecismo vigente, el de 1992, no dice que ser gay sea pecado. Lo que dice que es pecado son los actos homosexuales, por ser claramente contrarios a la ley natural y a la procreación. El Catecismo vigente en la Iglesia católica lo señala expresamente y con una claridad insuperable: hay que acoger al homosexual con todo respeto y afecto, evitar cualquier tipo de discriminación... pero los actos homosexuales son pecado.
Y, ¡qué casualidad!, como ya hemos informado en Hispanidad, al rebufo de las elecciones andaluzas, resulta que la nueva consigna del lobby LGTB consiste, precisamente, en modificar esa doctrina. El Catecismo de 1992, insisto, lo que asegura es que hay que tratar al homosexual con cariño pero que los actos homosexuales constituyen (puntos 2357, 2358 y 2359) un pecado grave.
En concreto, asegura el catecismo de San Juan Pablo II que los homosexuales "deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza". Es decir, amar al pecador. Al tiempo, el Catecismo asegura que "los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados... contrarios a la ley natural, cierran el acto sexual al don de la vida... no pueden recibir aprobación en ningún caso". Es decir, odiar el pecado.
La doctrina cristiana ni ha cambiado ni cambiará, pero es verdad que en el Vaticano se acumulan los nombramientos de altos cargos abortistas y de cardenales pro-gays
Pero en el ordenamiento jurídico positivo, o sea, en el mundo, resulta que los progres se han inventado los delitos de odio, donde no te castigan por odiar a alguien sino por odiar a algo, también al pecado, lo que dispara la susceptibilidad y la manipulación de las manipulaciones; la confusión entre sujeto y objeto, hasta el punto de que en los delitos de odio, es el acusado quien debe demostrar su inocencia: Demuéstrame que no me odias... porque me siento muy ofendido, y no por lo que haces, sino por lo que dices, e incluso por lo que creo que piensas. Ya no es un ataque jurídico a la libertad de expresión sino a la libertad de pensamiento o libertad de convicción, es decir, al cristianismo.
Naturalmente, el lobby gay aprovecha la confusión entre odiar el pecado y odiar al pecador para silenciar a cualquiera que, como la Iglesia, se oponga a la homosexualidad, que no al homosexual. Es más, el legislador de los novísimos 'delitos de odio' tiene un objetivo ulterior: acabar con la libertad de expresión y, de paso, acabar con la Iglesia católica.
El lobby gay católico empezó pidiendo que nadie les margine o les insulte por su condición, lo cual es muy lógico y es algo que ya exige a todos los católicos el catecismo por el hecho de ser católicos... para acabar exigiendo un cambio en el Catecismo que acoge, no al homosexual, sino a la homosexualidad.
Los delitos de odio no castigan por odiar a alguien sino por odiar a algo, pero confunden lo uno con lo otro, a la persona con la cosa
Por eso, en Internet surgen tantas páginas que tratan de borrar la enseñanza de san Agustín: odiar el pecado y amar al pecador. Aseguran que combatir el pecado es lo mismo que combatir al pecador, con lo cual están diciendo que combatir el hambre es odiar al hambriento o que combatir la enfermedad es odiar al enfermo, o que combatir la pobreza es odiar al pobre.
Es decir, no te pido que me respetes, te exijo que me aplaudas. Y si sigues discrepando de mí, es porque me odias. Por cierto, por odiarme, te pueden caer hasta cuatro años de cárcel (artículo 510 del Código Penal).
Dicho esto: la doctrina cristiana ni ha cambiado ni cambiará, pero es verdad que en el Vaticano se acumulan los nombramientos de altos cargos abortistas y de cardenales pro-gays. Y eso no tengo claro que resulte muy positivo.