En España, y en general en los países de tradición católica, los días 1 y 2 de noviembre celebramos dos fechas de gran trascendencia, enfocadas en lo que denominamos las postrimerías, es decir, aquello que trasciende nuestra vida terrena y se relaciona con la vida eterna. Esta vida, según la fe, es eterna tanto para bien como para mal. Sin embargo, Dios, a través de su Iglesia, procura por su misericordia divina la salvación de todos, sin dejar de lado la justicia. Es una justicia que, en cierto modo, cada persona se aplica a sí misma, pues la presencia desnuda de nuestra alma revela la infalibilidad divina.

Por ello, la Iglesia celebra dos días diferenciados: el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, conmemoraciones de suma importancia en el calendario cristiano, especialmente en la Iglesia Católica, aunque también se observan en algunas denominaciones protestantes y ortodoxas. No obstante, en las sociedades laicistas, muchas veces carentes de formación cristiana, es necesario explicar el sentido religioso y espiritual que tienen estas fechas para los cristianos.

El Día de Todos los Santos (1 de noviembre) es una fiesta en honor a todos aquellos que han alcanzado la santidad y la vida eterna en el cielo. Este día no solo abarca a los santos canonizados oficialmente, sino también a todas las almas santas que vivieron en unión con Dios, y cuya vida fue un testimonio de fe, aunque no sean reconocidos públicamente.

El Día de Todos los Santos (1 de noviembre) es una fiesta en honor a todos aquellos que han alcanzado la santidad y la vida eterna en el cielo, y no solo abarca a los santos canonizados oficialmente

Para los cristianos, el Día de Todos los Santos es una celebración de esperanza y de comunión. Al honrar a los santos, los fieles recordamos que la santidad y la unión con Dios son posibles y que constituyen el objetivo último de la vida. Los santos son modelos a seguir, ejemplos de fe, amor, sacrificio y virtud que nos inspiran a vivir una vida cristiana más plena.

La Comunión de los Santos es la creencia de que todos los cristianos (vivos, fallecidos en proceso de purificación y santos en el cielo) están unidos en una “comunidad de fe”. La Iglesia considera que los santos interceden por nuestras necesidades, y esta relación espiritual fortalece la unidad del Cuerpo de Cristo.

Por otro lado, el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre) es un día especial para recordar y orar por las almas de nuestros familiares, amigos y conocidos o no, que fallecidos están en proceso de purificación, es decir, en el purgatorio, con el fin de alcanzar la presencia plena de Dios. Este día está marcado por la esperanza en la resurrección y la misericordia divina, y nos invita a la necesidad de orar y ofrecer sacrificios por las almas que aún necesitan purificación.

El Día de los Fieles Difuntos tiene un tono de intercesión y caridad espiritual. Para los cristianos, especialmente los católicos, es una oportunidad de mostrar amor y solidaridad hacia los difuntos mediante la oración, considerada una obra de misericordia. Se cree que las oraciones y ofrendas de los vivos pueden ayudar a las almas de los fieles difuntos a alcanzar la paz eterna. Este acto de caridad también es una forma de reconocer que todos somos imperfectos y estamos en constante proceso de conversión. Esta fecha es, además, una magnífica ocasión para reflexionar sobre la muerte, no como un final, sino como la transición hacia la vida eterna.

El Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre) es un día especial para recordar y orar por las almas de nuestros familiares, amigos y conocidos o no, que fallecidos están en proceso de purificación, es decir, en el purgatorio, con el fin de alcanzar la presencia plena de Dios

En las últimas décadas, se ha popularizado la importación de modas como Halloween, que nada tienen que ver con el sentido cristiano de la muerte y que pueden desviar la atención de lo que verdaderamente importa en estas fechas. Algunos cristianos rechazan Halloween por sus posibles conexiones con rituales paganos y con aspectos que consideran oscuros, mientras que otros lo ven como una fiesta cultural sin intención de contradicción con su fe.

La visión cristiana sobre Halloween varía ampliamente según la tradición, denominación y región. Algunos cristianos optan por no celebrarlo, argumentando que sus raíces en celebraciones paganas (como el Samhain celta) coinciden con el Día de Todos los Santos y que su temática, centrada en la muerte y el miedo, contradice el sentido cristiano de la vida. En algunos lugares, se promueven alternativas como la “Noche de la cosecha” o el “Festival de la Luz”, con actividades centradas en temas positivos y personajes santos o bíblicos. Para otros cristianos, Halloween es simplemente una celebración cultural, especialmente en países como Estados Unidos, donde se considera una oportunidad para el disfrute familiar y la interacción social, desvinculándolo de cualquier conexión espiritual negativa. Sin embargo, algunos creen que esta actitud resta valor a las festividades sagradas de Todos los Santos y Fieles Difuntos.

Por encima de todo posible enfoque, debemos recordar que los días 1 y 2 de noviembre tienen un mensaje profundo de esperanza, caridad y comunión. Celebrar Todos los Santos y los Fieles Difuntos invita a los cristianos a reflexionar sobre su vida y a recordar su llamado a vivir en santidad y amor hacia Dios y hacia los demás. Esta doble conmemoración recuerda que la muerte no es el final, sino el inicio de una vida eterna, y que el amor y la fe pueden superar las barreras del tiempo y espacio, manteniendo a vivos y difuntos unidos en Cristo.

En algunos lugares, se promueven alternativas a  Halloween como la “Noche de la cosecha” o el “Festival de la Luz”, con actividades centradas en temas positivos y personajes santos o bíblicos

Para los cristianos, estas festividades no solo son momentos de recuerdo, sino también de transformación espiritual, orientados hacia una vida que refleje los valores del Evangelio, en la esperanza de la resurrección y la vida eterna.

El otro lado (Rialp), de John Flader. ¿Hay vida después de la muerte? Y si la hay, ¿qué clase de vida hay “al otro lado”? El autor explora hasta dónde alcanza la razón, recorre experiencias cercanas a la muerte -el túnel, la luz intensa, el regreso de la muerte-, las apariciones y la óptica de esperanza del cristianismo. Los que creen en Dios suelen tener una cierta idea de lo que les espera, pero todos, creamos o no, buscamos más certezas.

El purgatorio (Sekotia), de José Antonio Fortea. Esta obra proporciona un análisis exhaustivo del purgatorio desde múltiples perspectivas, ofreciendo a los lectores una comprensión profunda de esta doctrina central en la fe cristiana. El padre Fortea desarrolla una visión panorámica del purgatorio, exponiendo las nociones generales sobre este estado de purificación. Se destaca su brevedad relativa y se explora la relación entre el tiempo terrenal y el tiempo de purificación. Además, se analizan diversas experiencias, subrayando la importancia de la sanación espiritual para poder acceder al cielo.

Al fin y al cabo (Encuentro), de Francisco José Soler Gil. Con una mirada rigurosa, propia del científico y del filósofo de la ciencia, el autor va exponiendo datos a partir de los cuales ir desentrañando, paso a paso, cómo es nuestra relación con la muerte y por qué se da de ciertas maneras, dejando espacio para la especulación que enriquece la certeza. Dice el autor que «No sé hasta qué punto pueda ser una buena idea vivir en general de espaldas a la muerte. Pero ¿no es obvio que para un filósofo la renuncia a reflexionar sobre este tema equivale a frustrar su vocación?».