El 28 de agosto de 2024, durante su Audiencia General, el papa Francisco abordó el tema de la inmigración, calificando como “pecado grave” el rechazo a los migrantes. Esta afirmación fue rápidamente amplificada por los medios progre-globalistas, quienes la utilizaron para criticar tanto a los católicos como a la derecha sociológica, insinuando que ambos sectores comparten una postura homogénea. Es como si se intentara equiparar la fraternidad cristiana con el comunismo, o sugerir que los neoliberales promueven la prosperidad social como filosofía universal.
No obstante, la hipocresía de estos medios y sus portavoces es evidente. Se escandalizan de que quienes asistimos a misa no repitamos las palabras del Papa, asumiendo erróneamente, desde su puritanismo woke, que odiamos a los inmigrantes, especialmente si son de raza negra y llegan en pateras. Sin embargo, la interpretación literal de las palabras del Papa no se alinea con el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica, ni con los Diez Mandamientos, ni con los mandamientos de la Santa Madre Iglesia. Aunque las obras de misericordia, que son prácticas cristianas basadas en la enseñanza de Jesucristo, promueven un comportamiento compasivo, pero en ningún caso, su incumplimiento nos convierte en “pecadores graves”.
Al analizar el mensaje del papa Francisco, es evidente que él se refería a quienes, de manera consciente y con responsabilidad, trabajan sistemáticamente para repeler a los migrantes. Sin embargo, desde la perspectiva de quienes no tienen una responsabilidad directa en la gestión de la inmigración, esta afirmación es bastante más que cuestionable. Muchos inmigrantes llegan a lugares completamente ajenos, con idiomas y culturas desconocidas, y son abandonados por sistemas que fallan en integrarlos adecuadamente. Admitir personas que entran de manera ilegal en un país también refleja una falta de responsabilidad muy grave por parte de los gobiernos que permiten estas situaciones.
También mencionó cómo el Mediterráneo, históricamente un lugar de encuentro entre civilizaciones, se ha convertido en un “cementerio” para muchos inmigrantes. Sin embargo, el Papa omitió mencionar las mafias que trafican con estas personas
En otra parte de su discurso, el Papa recordó que los inmigrantes atraviesan mares y desiertos en busca de paz y seguridad, y que muchos pierden la vida en estos trayectos debido a la “indiferencia y el descarte” de la sociedad. También mencionó cómo el Mediterráneo, históricamente un lugar de encuentro entre civilizaciones, se ha convertido en un “cementerio” para muchos inmigrantes. Sin embargo, el Papa omitió mencionar las mafias que trafican con estas personas. Pareciera que no está informado sobre la existencia de las ONGs maliciosas que trasladan seres humanos de un continente a otro, cobrando sumas exorbitantes y vendiendo falsas esperanzas. Tampoco está al tanto de que los inmigrantes que llegan “en busca de una vida de paz y seguridad” no son mujeres, ni niños, ni ancianos, y que parece ser que solo aspiran a ese tipo de vida hombres de entre 20 y 50 años.
El Papa también criticó la “militarización de las fronteras” y las “leyes más restrictivas” contra los migrantes, instando a buscar una solución global que convierta mares y desiertos en “rutas de esperanza”. Aunque subrayó que la Iglesia Católica ha sido y sigue siendo defensora de los derechos humanos de los inmigrantes, y que es necesario crear “rutas de acceso seguras y legales” para ellos, muestra contumazmente que su discurso peca de idealismo happy flower y que se encuentra muy alejado de la realidad. Ignora las políticas de los países y las necesidades de sus habitantes, así como la grave irresponsabilidad que supone no proteger las fronteras, la cultura y las necesidades internas de las naciones.
El verdadero problema no reside en los países que se ven obligados a acoger a los inmigrantes, sino en los políticos que tienen la capacidad y el deber de tomar decisiones, aportando soluciones en los países de origen. Son ellos, los gobernantes, quienes deberían evitar que las mafias se enriquezcan a costa de estas personas y no la conciencia colectiva a la que el Papa pretende aleccionar. Discursos como el del papa Francisco no ofrecen soluciones reales; solo apelan al sentimiento, lo cual, en última instancia, se traduce en populismo. Es la misma estrategia que utiliza la izquierda con las minorías victimizadas o los neoliberales con el miedo a través de los mensajes apocalípticos sobre el clima.
El verdadero problema no reside en los países que se ven obligados a acoger a los inmigrantes, sino en los políticos que tienen la capacidad y el deber de tomar decisiones, aportando soluciones en los países de origen
El papa Francisco también afirmó que “los inmigrantes no son solo números o estadísticas, sino personas con historias y derechos que deben ser respetados”. Asimismo, condenó la explotación y la trata de personas que sufren en esos trayectos y llamó a la sociedad a ser más solidaria y compasiva. Sin embargo, a quienes debe dirigir estos mensajes es a los gobernantes, porque la solidaridad no es responsabilidad de la “masa social”, porque la solidaridad es una actitud individual y tratar de lo contrario es colectivizar al individuo, es decir, o te sientes solidario, o estás fuera del sistema. Son los gobernantes quienes permiten que estas injusticias ocurran y quienes tienen el poder de detener las crisis migratorias. En definitiva, fue un discurso bien intencionado, pero errático en la forma -buenista y sin estructuras argumentales-, y sin dirigirlo a quien verdaderamente le corresponde… ¿O trata de evitar conflictos diplomáticos? Santo Padre, apelar únicamente a la conciencia sin argumentos sólidos, es puro sentimentalismo, y como tal, no se sostiene ante la razón.
La doctrina social de la Iglesia (Sekotia), de José Andrés-Gallego. El presente libro explica cómo nació la llamada “cuestión social” en el seno de la Iglesia, es decir, la toma de conciencia del trastorno producido por el encuentro del progreso material con el decaimiento de los principios ético-sociales. Y explica que la DSI no es un elenco de “sentimientos” sino de actos de justicia argumentada que contempla todas las posibles miradas.
Adiós, mi España querida (Silex edt.), de Damián-Alberto González Madrid. Interesante ensayo retrospectivo que recuerda que España fue un país de inmigrantes a Europa, y lo traigo a colación para que muchos de los que usan este hecho histórico de forma demagógica, conozcan que nada tuvo que ver aquella inmigración de unos 2,5 millones de españoles siguiendo un protocolo de legalidad y orden hoy desconocido.
Los mitos de la inmigración (Península), de Hein de Haas. Basándose en más de treinta años de investigación, el sociólogo Hein de Haas desmonta los 22 mitos propagados por los políticos, tanto de derechas como de izquierdas, que usan la inmigración como arma electoral, y nos da acceso a una historia distinta de la que se nos suele contar. Un libro imprescindible en un tiempo de gran incertidumbre que cambiará radicalmente la forma de entender el mundo.