Acabo de leer un libro escrito por lo que sólo puedo atribuir a una mente perversa. Y lo he hecho porque me he sentido obligado a hacerlo antes de escribir este artículo. Nunca había pasado por algo tan desagradable en mi vida. Nunca me había encontrado con tanta bajeza y perversión, como las que destilan las páginas de esa porquería que se titula La Pasión Mística, editada en México, en 1998.
Y si me he sentido obligado a leer este maldito libro, antes de escribir este artículo, ha sido por la gravedad que encierra la identidad de su autor. Triste cosa que haya pervertidos que con sus escritos ensucien las imprentas, pero lo de este libro no tiene nombre porque su autor es el cardenal Víctor Manuel Fernández (conocido como ‘Tucho’).
Sí, es muy lamentable la existencia de mentes pervertidas, pero lo que es un drama para todos los fieles católicos y lo que me ha empujado a romper mi silencio es que una mente perversa como la que ha sido capaz de escribir La Pasión Mística tenga encomendada la custodia de la fe católica, por ser el actual prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.
No le recomiendo a nadie la lectura de semejante escupitajo contra la Mística y contra la dignidad humana. Y me va a costar perdonarle a este cardenal la inclusión en las páginas de su libro de místicos y santos, muy queridos por la Iglesia Católica. No recomiendo su lectura porque los argumentos de una mente tan perversa se rebozan entre los excrementos de la pocilga del pensamiento.
Tiempo habrá de analizar el proceso por el que hemos llegado a que este cura figure al frente de la institución doctrinal más importante de la Iglesia Católica, que se podría resumir así: frente a la historia de la santidad de tantos católicos del siglo XX, no pocos, poco santos, se adaptaron al guion que se resume en esta máxima: “Del anatema, al diálogo y del diálogo a la adaptación”.
Pero en estos momentos no estoy para análisis históricos, que podrían distraernos de lo verdaderamente importante como es levantar la voz, no solo para que el cardenal Víctor Manuel Fernández no duerma la próxima noche como prefecto del Dicasterio de la Congregación de la Doctrina de la Fe, sino a ser posible para que hoy mismo pernocte ya fuera de los muros del Vaticano. El Papa Francisco tiene la palabra.
Asegura monseñor Fernández que, en efecto, el libro es suyo y que es una obra de juventud. Como si es de senectud. Es un escándalo y la solución no está en reconocer la autoría sino en rectificar, que es lo que hacen los fieles: he dicho barbaridades, me arrepiento de ellas y pido perdón. Y naturalmente, el Papa Francisco debe cesarle.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá