Antes de nada aconsejo, leer, en español, unos versos que, en mi opinión, constituyen una de las cumbres de la historia de la poesía universal, el poema 'El Lebrel del Cielo', del inglés Francis Thompson, en una traducción más que notable del también poeta argentino Miguel Ángel Etcheverrigaray. Si ya sé que el amigo Francis fue un católico no muy recomendable pero tejió una de las mejores descripciones sobre la conversión a Cristo, ese momento indispensable de la vida de toda persona.
Y es que los hombres, desde el venerable padre Adán y la venerable madre Eva, se dividen en dos grupos: los que se convierten y los que escurren el bulto. Por eso, la originalidad de Thompson consiste en que el Jesucristo de su poema ya no es el buen pastor que busca a la oveja perdida sino el lebrel que persigue a la pieza de caza.
Sí, en puridad, quizá sea más lógica la primera imagen pero me es igual: Cristo persigue con denuedo el amor del alma humana hasta cobrarse una nueva pieza, no para devorarla ni para entregarla al cazador mercenario, sino para que se realice en su magnífica condición de Hijo de Dios, a la que está llamado y la única forma que el hombre tiene de realizarse es en su Creador.
El lebrel del Cielo es lectura obligada hoy para todo español, porque a España, este país hoy aturdido y del que hasta sus más eximios miembros consideran que bastante tiene con sobrevivir, es, en el siglo XXI, el país llamado a transformar el mundo actual, una vez más, agotado como está el mundo, de la estupidez calvinista anglosajona, tan determinista, tan fatalista, tan aburrida.
Un mundo, amenazado de nuevo por la llegada del nuevo marxismo, que ya no es dictadura del proletariado, ni tan siquiera marxismo cultural gramsciano. Ahora es mucho más idiota: es marxismo de género, el más venenoso de todos los marxismos porque apunta contra la mismísima médula de la condición humana. El marxismo de género no atenta contra un régimen político, eso resultaría hasta llevadero: atenta contra la naturaleza del hombre, hasta convertirle en un pelele.
España, este país hoy aturdido y del que hasta sus más eximios miembros consideran que bastante tiene con sobrevivir, es, en el siglo XXI, el país llamado a transformar el mundo actual, una vez más, agotado como está el mundo, de la estupidez calvinista anglosajona, tan determinista, tan fatalista, tan aburrida
España, a pesar de su postración actual, está llamada a ser el origen de la revolución global contra ese marxismo de género, del que nos despertará, antes que nada, el sentido común ante una necedad creciente y que siempre camina rozando el ridículo.
Estoy seguro que España se prepara, otra vez, para salvar a la humanidad. Pero para ello debe superar su actual postración profanadora. Si lo hace, liderará una nueva resurrección -cristiana, por supuesto- que será, insisto, global.
Este 'espabilamiento' está narrado de forma espléndida en las últimas páginas de la obra La Inmaculada en el Reino Nuevo, las revelaciones de Cristo y de su madre, la Virgen María a la madrileña Margarita de Llano. Allá va: "Para dar un aleccionamiento a toda la humanidad, la ira del averno, junto con todos sus secuaces, han puesto sus miras en España, para lograr hundirla y hundir así el último reducto que quedaba de la Cristiandad".
Ojo al dato: "Han puesto sus miras en España… Porque ellos saben que la semilla del reino nuevo saldrá de aquí. Volveréis a recuperar el espíritu de los inmaculados, los defensores de la Inmaculada.
Ave María purísima sin pecado concebida! Que ese sea vuestro grito de guerra frente al invasor".
¿Y el 'método' para conseguir esta resurrección de España? Aconsejo uno: el precitado escrito en "Las piruetas de los nabos", del trapense y beato español Rafael Arnaiz Barón (1911-1938). En él se relata, con un sencillo episodio, todo un programa de vida para este siglo y se comprende cómo lo pequeño cambia lo grande, que es lo que más nos cuesta comprobar. Cambiaremos el mundo desde España... pelando nabos.
La misma España que creó el Occidente cristiano con la evangelización de América, la misma que detuvo la herejía islámica, hoy renacida, a las puertas de Europa. La misma España que hizo frente en Trento al cisma alemán y la misma España que enseñó a Europa cómo combatir el leninismo que amenazaba con llegar desde Moscú a Gibraltar durante el primer tercio del siglo XX y en la revolución comunista más cruel vivida en Europa y la persecución religiosa más dura de todo el siglo XX.
No nos engañemos: España inició su lánguida decadencia hasta su actual postración. Hemos tocado fondo y ahora hay un principio de resurrección de España, un banderín de enganche al que hay que apuntarse sin demora. Es ahora o nunca. Bueno, ahora o se quedará para dentro de muchos años.
Lo nuestro son piruetas de nabos, lo único que puede cambiar un mundo que ha tocado fondo.