Me dicen que me centre en la actualidad para que mis artículos tengan más éxito y, sinceramente, lo hago, porque en todos ellos no paro de hablar de la inmoralidad que las políticas hegemónicas extienden en la sociedad, como si fuese el aceite negro del cambio del motor de la apisonadora legislativa del Congreso y el Senado, que convierten en caminos empastados de alquitrán cualquier esperanza del contribuyente.
Y una vez más, Pedro Sánchez vuelve a ser la gota que colma el vaso. Sin embargo, la sociedad, a izquierda y a derecha, en estado de coma, es incapaz de reaccionar frente a todos sus atropellos, mentiras, trampas e ilegalidades, pero sí es capaz de salir en tromba a la calle contra Isabel Diaz Ayuso… ¡En serio, el problema más grave de España es la sanidad en la Comunidad de Madrid! El objetivo, una vez más, no es hacer justicia sino tratar de mostrar una cara inexistente que se ha invitado la nerviosa -y envidiosa- Mónica García; ella sabe que es mentira, pero eso no importa. Es otra más, una estrategia tan zafia como aquella de las balas fantasma de Pablo Iglesias & Cia.
Pero volvamos al presidente, a nuestro presidente, que sin duda pasará a la historia como el peor, no por sus políticas -que también podría ser- sino por cómo las ha perpetrado. La última, el cambio legislativo por sedición. Un cambio de cromos, de intereses partidistas, lejos, muy lejos, del interés nacional y el bien común. Una actuación corrupta con focos y taquígrafos haciendo uso del poder que les da su posición y a beneficio propio. Eso es corrupción como muy bien define Manuel Villoria Mendieta en su obra Combatir la corrupción (Gedisa), desde la que pretende aportar los conocimientos básicos sobre esta lacra social de cara a favorecer la movilización cívica eficaz contra la misma y la rigurosa toma de responsabilidades por los poderes públicos para afrontar el problema.
Nuestro presidente, que sin duda pasará a la historia como el peor, no por sus políticas -que también podría ser- sino por cómo las ha perpetrado. La última, el cambio legislativo por sedición. Un cambio de cromos, de intereses partidistas, lejos, muy lejos, del interés nacional y el bien común
¿Hay alguien que pueda decir que la verdad es lo que mueve a unos y a otros para cambiar la ley? ¿Hay alguien que piense que sí, que hay interés legítimo por la mejora de una ley que hasta el 7-O nunca había sido necesario aplicar? ¿Hay alguien que no vea el escenario pornográfico de que Sánchez y su gobierno estén maniobrando sobre ciertos códigos legales que solo les afectan a ellos, como son la malversación y la sedición? ¿Hay alguien que sea socialista que no se rebele ante esta nueva manipulación? ¿Hay algún socialista honrado que levante la mano y jure que no volverá a votar a estos golfos de palacio? Todo esto, hoy y ahora, ante la necesidad de lograr los presupuestos generales que, según todos los entendidos son la muerte anunciada de la economía española. Sus más interesados socios, ERC, están ya en conversaciones para consumar la nueva traición a los españoles.
Es triste, pero llegados al siglo XXI, todavía nada ni nadie ha sabido cómo aplacar el victimismo ambicioso de los catalanes. No logró ser la metrópoli imperial española del siglo XIX; tampoco la Guerra Civil con su primer golpe de estado y sus crímenes autorizados por Lluís Companys; ni Francisco Franco reindustrializando esta región y convirtiéndola en el adalid español. Y así llegamos a la democracia donde el bipartidismo ha querido pactar con ellos dándoles, concediéndoles, regalándoles una y otra vez la posibilidad de despreciar a España e insultar a los españoles a cambio del poder monclovita. ¡Qué bien lo cuenta Jesús Laínz Fernández en El privilegio catalán (Encuentro)! Y qué bien se entiende que ahora Gabriel Rufián, con su bancada del Congreso pagada por todos los españoles, extorsione la egolatría sanchista presidencial, que nació henchida de odio, sin moral y sin proyecto para España. La historia lo reconoce y nos da la razón. A los políticos catalanes, burgueses o republicanos, no les importa la economía, ni España, ni los españoles. Solo están interesados en los caprichos jurídicos en la medida que les permitan hacer lo que deseen sin responsabilidad alguna, es decir, con total impunidad, y para eso nada como gobiernos en la Moncloa sin principios, y vivir de la España nos roba.
A los políticos catalanes, burgueses o republicanos, no les importa la economía, ni España, ni los españoles. Solo están interesados en los caprichos jurídicos en la medida que les permitan hacer lo que deseen sin responsabilidad alguna, es decir, con total impunidad
Desde la mesura y la reflexión, debemos asumir la responsabilidad de todos, que somos quienes votamos aquí y allá, esto o aquello. No podemos escurrir el bulto los que permitimos que «Sánchez y su banda», como ya preconizara Albert Rivera, estén paseando por las moquetas del Congreso como si fueran las de su casa. Aniceto Masferrer, en Libertad y ética pública (Sekotia), hace un análisis potente, amigable pero cierto que usted y yo debiéramos leer para conocer los límites de la libertad personal y la del Estado. Un libro que cuestiona seriamente sobre quién decide la ética social, ¿los ciudadanos o los políticos? Dice: «Todos estamos de acuerdo en que el Derecho es una ciencia social que pertenece a la sociedad misma y está a su servicio, y no un instrumento del que se deba servir el poder público para transformar lo que le plazca en cada momento histórico, aun en contra de la propia sociedad, persuadiéndola, confundiéndola o -incluso- engañándola. No niego que el Derecho pueda servir para cambiar a la sociedad para mejorarla. Pero cuando el objetivo de mejora tiene que ver con intereses personales y partidista».
En democracia, la casta política es lo que el pueblo vota. El pueblo… ¡y qué pueblo! Nos movemos entre las generaciones venideras que van a menos, donde sus presentimientos sentimentales y desprecian el esfuerzo, hasta las generaciones adultas, desposeídas de reflexión y enfrentadas consigo mismas. Una sociedad diseñada para que el sistema permanezca inalterable y los dirigentes se hagan con el poder desde la mentira y la mediocridad. Pero no se tiren por el balcón, porque esto no solo pasa en España, en una sociedad globalista y definitivamente globalizada, el mal es de todos, especialmente en el occidente opulento, naufragando sin morir en crisis cronificadas, que es el mejor sistema de contener al ciudadano.