Llegará un momento en que no podremos decir nada, porque todo resultará antidemocrático. Será un oír a Sánchez, ver a Sánchez y callar ante Sánchez. Y el caso es que, al menos a los españoles, parece no importarles demasiado. La historia de la libertad en este siglo XXI liberticida comenzó con el cuento de los delitos de odio, una forma de censura que confunde pecado y delito y donde el acusado debe demostrar su inocencia. Y, de paso, es el instrumento idóneo para crear el pensamiento único anticristiano. Por ejemplo, si expones lo que dice el Catecismo de la Iglesia católica sobre la homosexualidad -lo mismo que han propuesto la mayor parte de culturas y civilizaciones, dicho sea de paso- te dirán que odias a los homosexuales y te condenarán a cuatro años de prisión. 

El segundo escalón liberticida del siglo es la presunta lucha contra la desinformación y los bulos, batalla dignísima que acaba de llegar a la UNESCO, la agencia para la cultura de la mismísima ONU.

Les presento a Tedros Adhanom II. Se trata de uno de los jefazos de la UNESCO, repito, una institución de Naciones Unidas presuntamente dedicada a la cultura, todo sea por la cultura. Se llama Tawfic Jelassi pero eso no es culpa mía, y es natural de Túnez, un país de egregio pasado. Ha concedido una entrevista a la revista del G-20, los 20 países más poderosos del mundo.

Habla Jelassi de inteligencia artificial (IA), de alfabetización, pero la estrella del mensaje es la desinformación, el bulo, un animal peligroso que anida en la WWW. Esta Internet...

Naturalmente, no faltan los consejos de Jelassi para las malas personas del mundo: mismamente, para el ministro español de Presidencia y Justicia, Félix Bolaños, más conocido en Moncloa como 'El Bolas': leyes contra la desinformación y el bulo. 

Ni que decir tiene que uno nuestros peores ciudadanos, el titular de Cultura, Ernest Urtasun, mismamente, se frota las manos y exclama: "A bodas me convidan", ya puedo decir en Madrid, mismamente en la sala de Prensa del Consejo de Ministros, que para proteger la democracia hay que atacar los bulos y la desinformación, esto es, a todo aquel que ose criticarme. 

El poder se ha puesto nervioso. Lógico: se puede controlar a 60 medios informativos pero no a 600 millones de ciudadanos

Al igual que ocurre con la coña de los delitos de odio, la marea liberticida y un pelín viscosa, del bulo contra la libertad de expresión recorre el mundo. Como digo, tiene dos fases que constituyen dos soberanos embustes: delitos de odio y desinformación.

Los delitos de odio figuran en el Código penal con penas de hasta cuatro años de cárcel. Han cundido entre todos los ordenamientos legales y cuando quiero neutralizar a alguien digo que me odia, y el odio es una cosa muy fea; lo siento chaval, pero me temo que hay que enchironarte.

Ahora bien, Internet apareció de pronto, justo cuando moría el siglo XX, como un paraíso de libertad. Y no sólo para los periodistas, que vieron la posibilidad de terminar con el oligopolio de grandes medios del sistema, esa media docena de mega-empresas con las que tan a gusto negocia el poder. Nació así el periodismo ciudadano, menos riguroso pero mucho más libre que el periodismo profesional. 

Y claro, el poder se ha puesto nervioso. Lógico: se puede controlar a 60 medios informativos, pero no a 600 millones de ciudadanos. 

Miren ustedes, el bulo y la desinformación no son un problema o no son más problema que antes de Internet. Entre otras cosas, porque la mentira tiene las patas cortas y porque se coge antes a un mentiroso que a un cojo. Toda la parafernalia actual, a nivel de Naciones Unidas fíjense, no es más que una relación del poder que se altera cuando no puede acallar las críticas. Y es que el poder es muy soberbio. 

¿Por qué la presunta lucha contra el bulo no es más que un montaje? Pues porque el bulo, la mentira, tiene las patas cortas. La desinformación no necesita un ejército de perseguidores a los que lo único que interesa es reducir al silencio al discrepante. La mentira cae por su propio peso porque se coge antes a un mentiroso que a un cojo. Y tampoco hace falta desacreditar al embustero o amenazarle con penas de cárcel: el mentiroso vive en el cuento de Pedro y el Lobo: se desacredita él mismo y ya nadie le cree, ni cuando dice la verdad. 

Pero la UNESCO y el G-20 no coinciden con mi opinión.

Resumiendo: este siglo XXI lleva una marcha liberticida y bastante hipócrita. Porque los delitos de odio son una fase para censurar al discrepante, la lucha contra la desinformación es exactamente lo mismo: que todos tengan que hablar por la boca de Sánchez. Perdón, quería decir, por la boca del poder.