La carta del obispo argentino, emérito, monseñor Héctor Aguer, marca las pautas de la evolución actual de la Iglesia que, como no puede ser de otro modo, representa la evolución misma de la sociedad. Monseñor Héctor Aguer, ese obispo emérito de La Plata que nunca fue muy amigo del titular de la diócesis vecina de Buenos Aires, un tal Jorge Bergoglio. Y no se corta un pelo. Ojo al dato, habla don Héctor de la actual situación de la Iglesia: “En el que ha reinado un papismo excesivo; felizmente justificado en el pontificado de Pío XII, pero que resulta fatal en el caso de Francisco”. ¡Hala, vuelve a por otra!
Pero la carta merece la pena porque parte de un hecho bien cierto: los progres ya son ancianos sesentones y setentones. Llevan incordiando mientras los jóvenes, asegura Aguer, quieren volver a la tradición. Si lo piensan bien, es lógico: los progres no tienen hijos y ya son sesentones.
Pero hay algo que me preocupa de ese volver a la tradición en los jóvenes. Aguer habla de liturgia tradicional y me parece muy requetebién pero eso no basta. Además, se corre el riesgo de que la vuelta a la tradición se convierta en mera nostalgia: eso no sería volver a la tradición sino al paganismo. Sí, lo que no es tradición es plagio pero lo que llamamos tradición no es otra cosa que la cosmovisión cristiana que es esperanza del hombre libre, dueño de su destino gracias a la confianza en Cristo. Lo otro es paganismo, y ya tenemos bastantes paganos en la calle.
El pagano no ofende pero tampoco conoce la cultura cristiana. Su presencia casi se agradece en tiempos de flagrante cristofobia y cristianofobia, como son los actuales pero no olvidemos que el pagano no ofende porque no sabe qué tiene que ofender. Y, en cualquier caso, la vuelta a la tradición no puede ser la vuelta al paganismo, sino la vuelta a la tradición católica, la vuelta a Cristo.