Papa emérito, jubilado, insultado por los frívolos clase A, por ejemplo por la gente de la televisión, mientras fue Papa: como no podían contradecirle, decidieron llamarle ‘nazi' (recuerden el ‘Mazinger' de cierto cómico sin muchas ideas y con muy mala leche) y por los frívolos clase B, por ejemplo, la TV pública de ahora mismo, que ha exhibido un obituario del Papa alemán plagado de calumnias, donde han sacado a relucir hasta aquello del ‘Vatileaks', que todavía no sabe nadie en que ‘consistió’ pero sí en lo que acabó: en nada.
En resumen, para destrozar a un hombre de Dios, quizás a cualquier hombre, puedes optar por dos caminos: o llamarle malo o llamarle tonto. Puedes incluso acudir a la contradicción de que se trata de un despreciable chisgarabís, mezcla de Hitler y Stalin, con un toque de Mussolini, que para eso la sede actual de la Iglesia de Cristo es Roma.
La cuestión social del siglo XX se convirtió en cuestión sexual en el XXI. Ninguna de las dos para mucho, créanme, pero Benedicto XVI ha puesto las cosas en contexto, tanto en una como en otra
Lo cierto es que Benedicto XVI es el continuador de San Juan Pablo II el Grande, su colaborador más identificado. Por eso, cuando aquel bávaro, amante de la vida tranquila, venía a presentarle su dimisión como prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el polaco respondía: “Interesante cuestión. Tengo que meditarla despacio. Regrese su Eminencia dentro de cinco años que ya habré tomado una decisión”.
El alemán era un analista tan profundo de la realidad que sólo podía ser recalificado como el gran pesimista del siglo XX… o quizás como el gran optimista que en el país de la esperanza viene a ser lo mismo. En el fondo, Benedicto XVI es un hombre de corazón y cerebro como era él, que el necio, el que confunde valor y precio, considera, erróneamente, que son dos vísceras irreconciliables.
Ratzinger reconocía, muy a su pesar, que los católicos somos minoría en el siglo XXI, caso único en la historia, pero otorgaba más valor a la calidad que a la cantidad, porque lo importante, aún más que la salvación de la criatura, es la gloria del Creador
Dos detalles:
- Benedicto XVI fue uno de los grandes impulsores y cerebros, junto a Juan Pablo II, del Vaticano II pero llegó a abominar de ese concilio. De su superior llegó la distinción: no, el Vaticano II es bonísimo, pero no lo son las interpretaciones interesadas del mismo, convertido en banderín de enganche de un progresismo esterilizador y triste, siempre triste. De inmediato, Ratzinger, humilde a fuer de alemán, quien sería su sucesor matizó: sí, el Concilio es bueno, los que manipulan las cuatro constituciones dogmáticas del mismo son unos desgraciados (el término es mío, no de Ratzinger, que es mucho más caritativo que yo).
- Benedicto XVI percibió como nadie el siniestro avance de la desacralización y, en pleno siglo XX, cuando lo que importante era la cuestión social, se percató de que esa cuestión social no era otra cosa que el disfraz que el modernismo utilizaba para hablar de lo que realmente le interesaba: la cuestión sexual. Y entonces fue cuando el bávaro sorprendió a toda la grey: como Papa, insistió en la liturgia una y otra vez. Porque la liturgia, sobre todo la liturgia eucarístíca, no es un adorno de la fe, es la esencia misma de la fe, la que da razón de ser a la Iglesia. Como argumentaría Chesterton, quien se convirtió al cristianismo porque simplemente descubrió que era la verdad.
Si la adoración a Dios funciona, por ejemplo la adoración eucarística, todo funciona en el mundo
En definitiva, reparen en la frase, que transcribo en la imagen (y que le he robado a la Comunión Tradicionalista) de un pontífice que se daba cuenta de los tiempos dificilísimos que nos han tocado vivir pero que, al unísono, sabía que Cristo siempre opera bajo la misma fórmula: de derrota en derrota hasta la victoria final. Eso, y lo de nuestra Teresa de Cepeda y Ahumada, cuando reñía al Padre Eterno porque no le concedía las conversiones que le pedía: “Teresa, yo quería pero los hombres no han querido”.
Este es el sentido último de las palabras de Benedicto XVI que reproducimos junto a su imagen, el Papa consciente de la apostasía general que vive el mundo del siglo XXI: no tengáis miedo al futuro ni, sobre todo, a vuestra propia debilidad. Sois minoría pero, gracias a vuestra fe, miserables pigmeos, el nombre de Cristo sigue resonando en todo el mundo. Igualito que si fuéramos mayoría abrumadora.
¿Minoría exigua y, al mismo tiempo, vocación de inmensidad espacial y temporal? Sí, justamente eso.
Ratzinger reconocía, muy a su pesar, que los católicos somos minoría en el siglo XXI, caso único en la historia, pero otorgaba más valor a la calidad que a la cantidad, porque lo importante, aún más que la salvación de la criatura, es la gloria del Creador. Si la adoración funciona, todo funciona en el mundo.
Y por cierto, ya se ha publicado el testamento espiritual de Benedicto XVI, que redactara él mismo el 29 de agosto de 2006, mucho tiempo antes de anunciar su renuncia (algo que se produjo el 11 de febrero de 2013), y que no tiene desperdicio. Da en varias ocasiones gracias a Dios y nos lanza un mensaje: “¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!”. Además, insiste en que “Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo“. Aquí pueden leer dicho testamento espiritual al completo.