Alguien dijo que la tan alabada sensibilidad tantas veces anda dormida para el bien. Por eso, lone, la mujer son las ‘menudencias heróicas’, aquellos detalles de cariño que, a veces por rutinarios, a veces por su pequeñez, hacen agradable la vida del amado cuando el amante persevera con voluntad de cotidianidad. Esta sensibilidad de lo cotidiano, perseverante hasta dar la vida por el amado, es muy propia de la mujer. Por eso los hijos y el esposo, cuando no andan a por uvas, tienen siempre la sensación de que la mujer, en especial, la madre… ‘siempre está ahí”, nunca falla… y entonces es cuando llega la feminista y niega toda esa feminidad porque asegura que es sumisión. Una de las muchísimas estupideces del feminismo es confundir servicio con sumisión, es decir, amor con esclavitud.

Cuanto más hombre es un hombre, no sólo más respeta a la mujer sino que más la valora. Y para ello no necesita hacerse feministo

Y todo esto se resume en que mucho me temo que estamos viviendo en la era del retorno de las brujas, también conocido como feminismo que, encima, se nos impone como dogma indiscutible. 

Por partes: ¿cuál es la virtud de la mujer? Sencillo: que siempre está ahí… y siempre en disposición de acogida. El filósofo cristiano de moda ahora mismo, el franchute Fabrice Hadjadj, escandalizó a no pocos creyentes -por ejemplo a mí- al asegurar que fisiológicamene hablando, la mujer acoge al varón en el acto conyugal, acoge al hijo en su seno… y hasta la prostituta acoge a su cliente. Reconozco que me costó tragar el último ejemplo, que la verdad no siempre resulta ‘fácil de tragar’, pero lo cierto es que la nota distintiva de la feminidad es esa: el acogimiento. Precisamente, aquello que explica por qué la feminidad es más creativa que la masculinidad. La ministra Irene Montero no podría entender esta sublimación, lo que nos indica que, indubitablemente, vamos por el buen camino. 

Lo que más me cabrea del feminismo no es que ataque al varón sino que destroza la feminidad, cosa importante para la mujer

Ahora pongámonos en el otro lado: resulta que cuanto más hombre es un hombre, no sólo más respeta a la mujer, sino que más valora la feminidad. Y para ello no necesita hacerse feministo. Es más, aborrece la impostura del feministo varonil.

A todo esto, lo que más me cabrea del feminismo no es que ataque al varón sino que destroza a la mujer. El feminismo no en una tragedia para la masculinidad sino para la feminidad. 

Feminidad es también aquello de Tomás de Aquino: mejor es brillar que brillar sólo

Por último, feminidad es también aquello de Tomás de Aquino: mejor es brillar que brillar sólo: “maius est illuminare quam lucere solum”. Que, traducido del escolástico al contemporáneo viene a ser algo parecido a esto: lo que pierde a la mujer es convertirse en el centro de atención de cuanto le rodea. Eso conduce a la desesperación porque las matemáticas -¡siempre ellas, malditas sean!- imponen algo terrible: que no puede haber más actores que público. Y si tal cosa sucede, es que la función está resultando un fracaso. El clásico alababa a la mujer discreta. Por algo sería.

Vivimos la era del retorno de las brujas, porque la bruja es la negación de todo lo anterior. El retorno de las meigas se lo debemos al feminismo: ¡Bendito sea! Y a alguna de esas brujas le hemos hecho ministra. O por lo menos, secretaria de Estado.