La eutanasia, señor Almodóvar, no tiene nada de digna: si te quieres suicidar, tírate por el balcón y deja en paz a los demás. Por ejemplo, a los médicos, y al Boletín Oficial del Estado (BOE).

¿Cómo se te ocurre programar tu final si nadie te dio opción a programar tu principio? 

Esto sólo puede hacerlo un gran actor. Con una expresión de desprecio increíble, inenarrable, hacia el mundo en general y hacia todos los presentes en particular, Javier Bardem, premiado en el Festival de Cine de San Sebastián, nos advertía a todos, y todas, y todes, contra el odio, al parecer el principal problema con el que se enfrenta la humanidad en el momento presente. Se percibía que don Javier lo sentía en lo más hondo: nos enfrentamos al odio. La llegada de la ultraderecha al poder enerva a la gente sensible, porque ya saben ustedes que los ultras se pasan las 24 horas del día odiando a todo meter.

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Esto es muy habitual entre la progresía y los terminales del Nuevo Orden Mundial (NOM): el dramatismo, que enseguida cruza la frontera de la gravedad para adentrarse en el luminoso terreno del ridículo.

A ver: en primer lugar, el odio no es un delito, es un pecado. Si mister Bardem creyera -que no lo sé, pero me temo que no- en el pecado caería en la cuenta de que convertir el pecado en delito resulta peligroso, porque el interior del alma sólo lo conoce Dios. Bueno, a lo mejor el señor Bardem tampoco cree en Dios, pero entonces, con más razón, no debería llevar el pecado al Código Penal, como han hecho sus adorados Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez. Porque si Pepe odia a Juan, allá él cuando se muera y comparezca en juicio ante el Padre Eterno. Sólo cuando Pepe, llevado de su odio, injurie, ofenda, robe, hiera o mate a Juan, deberían intervenir la policía y los tribunales. 

Moviola: la conciencia sólo la conoce Dios. Si llevamos el pecado a los tribunales lo que ocurre es lo que está ocurriendo: el acusado de delito de odio está obligado a demostrarle al juez que no odia al acusador... contra todo derecho y, sobre todo, contra sentido común. Es muy difícil demostrar que no odio al vecino. En cualquier caso, ¿en qué nivel de odio empiezo a resultar censurable, en qué nivel de odio me deben aplicar pena de prisión? Y, sobre todo, ¿cómo puñetas ciframos, y quién lo cifra, el nivel de odio en el que me encuentro?

¿Se entera usted señor Bardem? 

Peor, o casi, ha sido lo del segundo sermón del festival de Cine de San Sebastián, el de la "Habitación de al lado", de don Pedro Almodóvar, todo un editorial a favor de la muerte dulce, hermosa, democrática, o sea, la puñetera eutanasia.

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Los argumentos de don Pedro para hacer tragar la píldora resultan, asimismo, extraordinariamente 'sensitivos', inenarrables, pero me niego a recuperarlos por demasiado sabidos. Sólo apuntaré que merodean alrededor de un concepto muy querido por don Pedro: la dignidad.

Es sencillo: si te quieres suicidar, tírate por el balcón y deja en paz a los demás, por ejemplo, a los médicos, y al Boletín Oficial del Estado (BOE). Mátate tú y no exijas a otro que cumpla tan desagradable papel. 

En el entretanto, no filmes una película para contarme la historieta de la dignidad humana: dignidad para vivir, mister Almodóvar, no para morir. Entre otras cosas, porque no somos dueños de nuestra vida: nadie nos pidió permiso para nacer y, por tanto, tampoco sabemos cuándo nos han asignado la muerte. Por eso, el suicido es el peor de los homicidios. 

Menos mal que ya se acaba el Festival de San Sebastián, hasta el próximo año.