El lema del paisano Jorge Bergoglio, que no el del Papa Francisco, podría ser aquello de que "cuanto más cerca del peligro más lejos del daño". Francisco es argentino, gente amante de acercarse hasta el borde mismo del precipicio con la bonísima intención de salvar al suicida, pero a los que su temeraria actitud puede precipitarles al vacío.
Lo primero, hablemos de su salud, ahora que ya la han dado el alta en el hospital. Es un rumor a voces en El Vaticano que la salud de Francisco empeora por semanas. Ha comenzado ese peligroso ciclo de la ancianidad, el comienzo del fin, donde se pierde capacidad de movilidad y se acaba en pérdida de capacidad. Seguro que la operación a la que fue sometido ha salido todo lo bien que presume el equipo médico que la ejecutó, que, por cierto, parece más preocupado por justificar su trabajo que por la salud del paciente. Pero la verdad es que Francisco sufre de una obesidad mórbida, nada que ver con sus naturales anchuras argentinas de años atrás, que pueden considerarse incluso salutíferas. No, hablo de obesidad mórbida y lo cierto es que cuando parece haberse recuperado vuelve a ingresar en el Gemelli. Es el prototipo de hombre obligado a seguir tratamientos fuertes, de los que provocan efectos secundarios, para poder continuar con su agenda.
Ahora bien, al igual que San Juan Pablo II convirtió las dolencias en sacrificio fértil, de los que cambian el universo, Francisco está sobrellevando sus quebrantos con heroicidad. Intenta no rebajar su actividad y su salud quebrantada constituye el símbolo de la era en que vivimos: una etapa fin de ciclo. Y repito: más vale que Dios nos lo conserve muchos años porque el estallido puede venir precisamente cuando muera Francisco y el Enemigo lance el ataque final.
El esfuerzo del Papa es heroico y su deteriorada salud un símbolo de la era que vivimos: una etapa fin de ciclo
Vamos por partes, dijo Jack el Destripador. La polarización católica -comprensible con la que está cayendo, pero un tanto enloquecida y, sobre todo, injusta- de los fieles de hoy respecto al Pontífice se debe al hecho, cada día más patente, de que Francisco intenta dar marcha atrás en algunos disparates. Verbigracia, si pudiera, suprimiría el omnipresente Sínodo de la Sinodalidad. Ahora sólo puede vaciarlo de contenido, pero eso no es fácil, tras sembrar unas expectativas que están siendo aprovechadas por todos los cabrones que pululan por la Iglesia. No, no tantos como usted piensa pero muy activos y peligrosos. Y recuerden: la corrupción de lo mejor es lo peor y, por tanto, las mayores fechorías siempre se perpetran al lado mismo del altar.
Recuerden los sínodos de la Familia y el de la Amazonía. En el primero de ellos, nos asustamos ante todos los desatinos que se escuchaban, como la comunión sacrílega de los arrejuntados. Pues bien, tras haber permitido, y a veces parecía que alentado, Francisco, muy argentino, les dijo a los padres sinodales que lo que importaba no era lo que ellos dijeran sino lo que concluyera el documento final... que redactaría él. Este documento concluyó que la familia era la familia natural, santificada por Dios. Fuese y no hubo nada pero menudo escándalo previo que formó y mucha, mucha confusión.
Sínodo de la Amazonía, aún más peligroso que el de la Familia, y adornado con esos rasgos del Papa que desquician a millones de católicos, como las consideraciones vaticanas con la puñetera pachamama indigenista. El de la Amazonía era más grave que el Sínodo de la Familia porque apuntaba hacia los sacramentales. En pocas palabras, que ante la ausencia de sacerdotes en la Amazonía, todo el mundo, naturalmente también las señoras, podían meterse a curas, convertir los sacramentales en sacramentos o directamente consagrar, etc. La cosa acabó en un documento final de Francisco que mantenía el celibato sacerdotal, que prohibía la ordenación de mujeres y que, lo más importante, comenzaba por las siguientes palabras: "La Eucaristía hace la Iglesia". Por tanto, ni tocarla.
El Papa ha matizado su postura en inmigración, ecología, feminismo, en su obsesión por la economía subvencionada... y lo más importante: ha enfatizado la eucaristía y el amor a Santa María, las dos piezas clave de la regeneración pendiente
En resumen, Francisco encabrona a los llamados tradicionalistas y desilusiona a los cristianos progres porque les hace percibir esperanza de cambio y luego cierra la puerta de un portazo para que nada cambie.
El argentino es el único pueblo que rectifica sin arrepentimiento.
El Papa actual abre sínodos donde sabe que se van a difundir un sinfín de insensateces y luego, cuando todos los majaderos se han desahogado, los cierra con la doctrina válida de siempre. Y la pregunta legítima es: entonces, ¿para qué los convoca? Respuesta: porque Bergoglio es argentino y como decía un amigo mío, porteño: los argentinos son una mezcla de lo peor de los españoles y lo peor de los italianos, rudeza y soberbia, respectivamente. Y aun así, añado yo, los argentinos son geniales.
El Papa ha cambiado de postura en inmigración, justo durante su viaje a Hungría, en la tontuna ecológica, porque se ha dado cuenta de que los ecologistas provocan ruina y miseria; en feminismo, que no es otra cosa que abortismo; en su obsesión por la economía subvencionada, un alimenta vagos que contradice lo de San Pablo, el que no trabaja que no coma; en el Nuevo Orden Mundial (NOM) vía guerra de Ucrania: el Papa sabe que los rusos son malos pero no tienen por qué ser los únicos malos de este drama y lo más importante: en la Eucaristía, con su precitada frase de que la "Eucaristía hace la Iglesia", que se parece mucho a la juanpaulina "la Iglesia vive de la Eucaristía". Con ella cerró el paso a todos los venenosos sacrílegos de los sacramentales, que querían convertir en curas consagrantes a todo chamán de la Amazonia. Insisto: el Sínodo de la Amazonía era más peligroso aún que el de la Familia y más global que el Sínodo alemán.
Y en cuanto al sínodo de la Sinodalidad, o rizamiento del rizo... la verdad es que, si pudiera el Papa daría marcha atrás, sólo que ya no puede. Nadie le hace ni caso entre la feligresía, muchos jerarcas de la Iglesia están engolosinados con la democratización de la Iglesia. Ahora, el Papa es prisionero de su propia convocatoria. Intentará vaciarlo de contenido, porque esa puñetera sinodalidad, una Iglesia democrática, no es más que la genialidad de Asterix: "Esto de que los dioses se comporten como si fuesen amos tiene que acabarse".
Señores, la Iglesia no es democrática sino monárquica: manda un Rey eterno, llamado Espíritu Santo. Por tanto, en este mundo manda su vicario, el Sumo Pontífice. Y los cristianos no somos críticos, ciudadanos cabreados: somos discípulos.
Pero, dicho esto, Francisco debería hacer algo -decir algo- frente al desastre alemán y, sobre todo, aclarar las cuestiones sobre la venenosa ideología de género. Esto urge porque son ya muchas las víctimas católicas de la ideología de género y la grey contempla, con cierto estupor, cómo el Vaticano no levanta la voz para recordar la doctrina del Catecismo sobre homosexualidad o identidad sexual del ser humano, que no es un ser autónomo porque es un ser creado, que ni tan siquiera pueda dar razón de su existencia y a quien nadie le ha pedido permiso para nacer y en qué condiciones nace.
Francisco debería hacer algo -decir algo- frente al desastre alemán y, sobre todo, aclarar las cuestiones sobre la venenosa ideología de género
En España, los delitos de odio le pueden costar a los católicos, sólo por el hecho de serlo, hasta cuatro años de cárcel. Eso hay que arreglarlo Santidad, usted no puede permanecer callado mientras la prensa le recuerda frases suyas, utilizadas contra su grey y contra la doctrina de la Iglesia.
Frente a la chulería episcopal alemana, ahí no puede callar. No, la herejía sirve para refutarla. Porque el problema alemán, además, une herejía y soberbia infinitas.
El Papa debe hablar, porque vivimos una etapa de fin de ciclo, y la podemos abordar con las ideas claras o en confusión total. Mismamente.
Que sí, que Francisco es el Papa y hasta un buen papa. Sólo que es argentino.