Astérix en Helvecia constituye, probablemente, uno de los grandes logros del genial Goscinny. Es en ese cómic de aventuras donde el autor pone en boca de un médico romano, en plena orgía, con expresión de cara de revolucionario malhumorado, la siguiente sentencia: “Esto de que los dioses se comporten como si fuesen amos tiene que acabarse”. 

Me ha venido a la mente la frase por la actitud que ha caracterizado, hasta el momento, la recta final del Sínodo de la Sinodalidad, que se está perpetrando en Roma: un cierto ambiente de asamblea universitaria, donde los participantes pugnan por exhalar la tontería más gorda, en un ambiente de radiante libertad democrática. Ya saben, donde la masa decide lo que hay que hacer.

Es como si sus reverencias y reverencios eclesiásticos, curiles y monjiles, laicos sólo gays o trans, hubiesen olvidado que la Iglesia es una dictadura y así debe seguir: en ella manda Cristo, cabeza del Cuerpo Místico. 

Resulta que con Dios, que es amor, no puede haber democracia. Los dioses no se comportan como amos, se comportan como dioses.

En ese ambiente de ‘coleguis’, el Sínodo de la Sinodalidad entra en su fase final. Falta una semana para su conclusión. Hasta el momento, todos los gestos del Papa han sido de los que los medios calificamos como alarmantes o prometedores, que para la mundanidad viene a ser lo mismo. 

Es el método Francisco: decid todas las estupideces que queráis, desfogaos: seré yo el que decida al final... y decidiré lo de siempre

En su línea porteña, Francisco ha recibido a todos los centrífugos de la jerarquía eclesiástica o de la Iglesia de base, que siempre es muy básica: deambula de continuo por el triángulo vital, formado por el estómago, el bolsillo y por el tercer vértice, que no especifico porque uno ha sido educado en colegio de pago. 

Aunque poco sabemos de las interioridades del redicho sínodo sinodal, durante las anteriores jornadas, al parecer, ya se han dicho el suficientemente número de necedades como para que los más progres se queden tranquilos. Luego todo seguirá como estaba.

Es más, presiento que, al final, ocurrirá exactamente lo mismo que en los otros dos grandes sínodos organizados por Francisco: el de la Familia y el de la Amazonía. 

En el de la Familia se nos amenazó con legalizar el sacrilegio. Los divorciados y arrejuntados varios podrían comulgar, con todos los derechos. Al final, Francisco elaboró un documento, el único que sirve, tal y como se encargó de recordar, en el que no se decía nada de eso sino que, por el contrario, se repetían las esencias de la familia: uno con una, guiados por el amor, al servicio del Padre y centrados en la educación cristiana de sus hijos, punta de evangelización del mundo. Y, por supuesto, para comulgar hay que estar en gracia de Dios y no dando escándalo.

Desde el punto de vista doctrinal, que se supone que es el único que le debe interesar a un Sínodo, el de la Amazonía fue mucho peor. Recuerdo que se jugaba con elevar los sacramentales a la categoría de sacramento y convertir en eucaristía ceremonias más o menos indigenistas donde todos, estuvieran ordenados o no, podían decir misa. 

Ahora bien, si todo va a quedar como debe quedar, con la doctrina eterna del Dios Eterno, ¿era necesario ‘épater le bourgeois’?

Se trataba de desacralizarlo todo, igualito que ahora, en el Sínodo de la Sinodalidad. Aquel escenario excéntrico -igualito al de ahora sólo que sin plumas-, recordaba la famosa anécdota que contaba Benedicto XVI

-Ha venido a verme un jefe indígena para darme las gracias por lo mucho que nuestros misioneros católicos han hecho por ellos. También me ha dicho que, como ahora vivían mejor, también querían tener una religión y... “nos hemos hecho protestantes”. 

Pues bien al final, tras recibir a no sé cuántas delegaciones atrabiliarias, algunas en tapa-rabos, tras exhibir a la ridícula Pachamama y tras entronizar un montón de sandeces selváticas, Francisco concluyó el Sínodo de la Amazonía con la siguiente exhortación: “la Eucaristía hace la Iglesia… y no se edifica ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía”, al tiempo que recalcaba el celibato y negaba la ordenación sacerdotal de mujeres.

Así, el Sínodo de la Sinodalidad, que más parece una asamblea gay-trans, al menos eso es de lo único que se habla, ha seguido el inquietante método Francisco: decid todas las estupideces que queráis, desfogaos: seré yo el que decida al final... y me decidiré por la fidelidad a la doctrina de siempre.

Sólo una duda queda en el aire: si todo va a quedar como debe quedar, con la doctrina eterna del Dios eterno, ¿era necesario este nuevo ‘espantar al burgués’ (épater le bourgeois)? Porque podría ser -qué sé yo- que algún alma bienintencionada se llame a engaño, mismamente, o que otros fieles menos pacientes bramen en arameo, algo no muy positivo para su paz interior.