Conversación real escuchada en las piscinas de una urbanización madrileña. Es un matrimonio joven que le comenta a una vecina, madre de tres hijos:

-Tenemos que cambiarnos de piso, necesitamos uno con jardín, porque vamos a adoptar al segundo para que pueda correr.

-Estupendo -responde la aludida, que intenta pensar rápido, convencida de que no podían tener hijos y que habían decidido adoptar un niño abandonado o necesitado. 

-Sí, va a ser nuestra segunda adopción.

-Pero no sabia que ya tuvierais un niño adoptado. 

-No, no, que vamos a adoptar a nuestro segundo perro.

La cosa se va aclarando:

-Pero mujer, si sois muy jóvenes. Al menos, tener un hijo, el de muestra.

Los dos jóvenes se marchan muy enfadados. Aquella cavernícola no les comprendía. 

Necesitamos más niños, no solo para poder pagar las pensiones de nuestros mayores sino para ser más vitales y un pelín más alegres.

Un perro nunca ofende. Y educar a un niño es muchísimo más difícil que educar a un perro. Dicho esto, un mundo que prefiere tener chuchos a hijos está, no sólo enfermo, sino absolutamente degenerado. 

Por supuesto, nuestra pareja tiene dos sueldos y ningún hijo. No, claro, no tiene nada que ver, lo digo por si acaso.