Minadas, amén de mermadas, nuestras fuerzas, no es de extrañar que cada noticia suene a un desafío a vuelta de tuerca cuasi insalvable.

Serán apreciaciones mías, pero me suena a autoexterminio. Como si la gran madre que se supone que es el Estado, que debería protegernos a todos, nos hubiera abandonado a nuestra suerte. Cada cual con su situación y dificultades añadidas tendrá que apañárselas, me refiero a los españoles, donde en un regreso a nuestro estado primario, la selección natural decidirá quién sobrevive, percibo invariablemente que no todos corremos el mismo peligro, porque determinadas reglas del juego, mejor dicho, indeterminadas, protegen inexplicablemente y flagrantemente a algunos, que no deberían tener prioridad. Es algo tremendamente desconcertante. Perdón, por abusar de los adjetivos acabados en “mente”. Intento no hacerlo. García Márquez me recuerda que no tire por ahí, pero no encuentro otro camino.

Le echamos valor. Llevamos tiempo, sin respiro, pero nada, ni siquiera una luz mortecina que nos aliente, y más ahora que parece que nos encarrilan hacia un final apocalíptico.

Necesitamos que algo nos tranquilice. Nos conformamos con poco, yo diría que con casi nada. Como dice el refrán, “cuando no se tiene nada, lo poco sabe a mucho”, al menos algo que nos haga creer que aún le queda algo de dignidad a este gobierno.

No queremos ser, yo, al menos, los perjudicados de siempre en la misma mar revuelta de luchas partidistas. Hartos de que nos toque perder y llevar la peor parte siempre, por el hecho de ser, estar o mantenernos en pie cual tentetiesos. Necesitamos algún mimo, algún refuerzo positivo que nos estimule, que confirme que el esfuerzo merece la pena, que no nos apliquen refuerzos negativos, cada cual más desalentador, como si fuéramos niños, perdón, tontos, porque los niños son auténticos sabios. Como necios, ignoran que infringir sufrimiento solo acarrea negatividad y frustración que transitan inesperados derroteros… No queremos sufrir una clase práctica de los consejos de Maquiavelo“El fin justifica los medios”.

Esto no es un canto al desaliento, solo una queja lastimosa ante el desamparo, obligada a participar en un juego que no es ni justo, ni es limpio. No es tirar la toalla, pero las fuerzas flaquean, acusan el desgaste de tantas batallas, en que el desánimo crece en la incertidumbre de no saber cuántas quedan todavía por librar.

Solo es eso, una queja más, que me mantiene en la espera del más paupérrimo atisbo de claridad, con las luces apagadas casi en  penumbra, para descubrirlo.

De la Tertulia Académicos