Dice el refrán que el dinero es un buen servidor pero un mal amo.
Ello significa que el dinero no es malo en sí mismo porque con él se puede hacer mucho bien. A fin de cuentas, quien no tiene riqueza tampoco puede repartirla y si no hay riqueza que repartir no hay solidaridad que practicar.
Lo cual, por cierto, se complementa con aquella recomendación que escuché a una mujer ilustrada cuando aconsejaba a una congregación de religiosas que rezaran por los ricos más que por los pobres. Los ricos están en mayor peligro de condenación.
Hay que rezar más por el rico porque lo necesita más que el pobre pero el rico no tiene por qué ser malvado: puede ser bueno sin abandonar su riqueza
En cualquier caso, el enemigo no es el rico, ni tan siquiera la riqueza, el enemigo es el egoísmo. Eso queda para los envidiosos, y la izquierda, tanto socialista como comunista, es envidiosa y resentida. Pero, en sentido cristiano, de donde no hay no se puede sacar y si no hay riqueza estamos condenados al reparto de la miseria, que no deja de ser un triste consuelo y muy poco cristiano.
Todo lo que estamos viviendo en España desde que Pedro Sánchez -ya va para cuatro años- llegó a La Moncloa responde a esto: el socialismo es envidia. Envidia del rico, o simplemente del que tiene más que yo. Y el problema es que la envidia tampoco crea riqueza.
Ione Belarra, de profesión repartidora de miseria, acaba de crear los "moscosos privados". Días libres para que cualquiera se los tome. Es muy lista esta psicóloga navarra: así es la empresa, no el Presupuesto público, es decir, el suyo, la que abonaría esos días no trabajados. Por no hablar de las maravillosas consecuencias de esta nueva idea solidaria sobre la productividad, que es el gran problema de la economía española.
Sólo aquel que tiene puede dar. Lo otro es el reparto de la miseria
Así que el socialismo es envidia y la izquierda es muy rencorosa. Y el dinero, en efecto, es un buen servidor pero un mal amo. No hay que dejarse dominar por la avaricia pero si uno lo utiliza con tino puede ayudar a los demás. Porque aquí opera otra proposición: sólo se posee para siempre aquello que se da.