Lo que debemos a nuestros antepasados es mucho más de lo que nos podemos imaginar. No sólo la vida, que ya es mucho y sólo por eso deberíamos hacer la ola a diario. También el sacrificio de su existencia, que sin duda a muchos de ellos, de nuestros antepasados, ha sido mayor que el que nosotros podemos estar ejerciendo a día de hoy. Nuestros ancestros históricos, incluso aquellos que cuelgan de las ramas de nuestro árbol genealógico más reciente, han pasado por situaciones mucho más heroicas que las que suponemos para nosotros y nuestros hijos. Somos una generación mimada por los logros sociales, científicos y tecnológicos de los que nos aprovechamos sin haber sufrido por ellos. Nuestros padres y abuelos, por no irnos mucho más allá, han pasado por la guerra, el hambre y enfermedades por entonces incurables que hoy se curan yendo al trabajo.
Nuestros padres y abuelos, por no irnos mucho más allá, han pasado por la guerra, el hambre y enfermedades por entonces incurables que hoy se curan yendo al trabajo
Pero como los niños mimados, no valoramos nada más lo que queremos por lo que nos afecte directamente. Una sociedad enferma de sentimentalismo, totalmente embargada la capacidad de esfuerzo y el sufrimiento que supone luchar por algo. Una situación social la de Occidente, amamantada con el cuidado de quien cuida un rosal… Regado, abonado, podado y guiado hasta que luzca como el jardinero quiere. Un jardinero llamado socialdemocracia.
Todo comenzó al fin de la Segunda Guerra Mundial, que supuso la implantación de la socialdemocracia en Europa. Suecia llevaba cierta delantera, pues para ellos comenzó antes de la guerra. Se aplicaron políticas de apalancamiento social y el rodillo políticamente correcto, enraizandose el modus vivendi social. Fue como el tubo de ensayo de un experimento social que dio sus resultados en poco tiempo. Entre otras cosas, sirvió que para los años 50 y 60 fuesen el asombro de países como Alemania -en plena reconstrucción-; Francia, mentalidad de talante tradicionalista; e incluso Inglaterra, todavía sometida socialmente al puritanismo victoriano en muchos aspectos. Y no digamos nada en los países mediterráneos como España, Portugal e Italia, de profundas raíces y costumbres católicas, cuando aparecieron las suecas con sus cuerpos esbeltos desposeídos de ningún pudor, con una sociedad permisiva que se encargaba de que no faltara nada a nadie, trabajando lo menos posible y las necesidades cubiertas sin tener que luchar por ellas.
La caída del muro de Berlín terminó de definir a la Europa blanda y apóstata de todo tipo de creencias para que la izquierda perdiera su sentido social, y la política liberal iniciada en los años 70, y que Estados Unidos se convirtiera en el cinturón de Occidente gracias Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que se convirtieron en los azotes del socialismo o cualquier otro invento zurdo que tratara de doblegar sus ambiciones neoliberales y globalistas.
La caída del muro de Berlín terminó de definir a la Europa blanda y apóstata de todo tipo de creencias para que la izquierda perdiera su sentido social
La izquierda y la derecha, durante décadas han sostenido el debate social, en ocasiones de forma cruenta enfrentando naciones, pueblos o sociedades. Dos opciones irreconciliables hasta el día en que la izquierda tuvo que rehacer el discurso al perder su identidad política. La izquierda, que siempre fue radical y su forma de avanzar era la revolución, es decir, nosotros o la muerte, se convirtió en lo que ahora se llaman así mismo de forma repipi, progresistas. Es decir: haz lo que quieras, sé lo que quieras, vive como quieras… ¡A cambio de tu verdadera libertad! Por su lado, la derecha también aplicó con dureza la bota pero con una realidad objetiva: la izquierda implantada procura pobreza y la derecha genera futuro.
Aunque muchos no lo admitirán jamás, en el fondo la dicotomía izquierda-derecha ya no existe porque se han travestido, hasta el punto de parecerse tanto que cuesta distinguir unas políticas de otras porque todo se ha tornado como en Suecia en “políticas de apalancamiento social y rodillo políticamente correcto”. Ahora, si queremos diferenciarnos, nos debemos llamar liberales y/o conservadores. Pero ante todo, y bajo ese carácter de vivir y contemplar la vida, la vieja izquierda sigue siendo el timón que define y lleva la delantera en el discurso social, porque realmente en la cantera política de este país, los dirigentes creen que la única posibilidad de gobierno es la democracia, socialdemocracia, y democracia globalista -hoy arracimada por la Agenda 2030-. Por eso, el pobre Pablo Casado se encuentra desasido de personalidad política, primero porque se lo han dicho en Bilderberg, que nada de extremos tipo Vox aunque los necesite para dormir en Moncloa. Y segundo, porque no tiene proyecto diferente al del PSOE de Zapatero, y si no que se lo pregunten a Mariano Rajoy, que no movió ni una sola coma de las vergonzosas leyes antiespañolas e inhumanas.
La verdad es que Santiago Abascal ha sido el único en romper el molde del bipartidismo rancio que cada vez se diferencia menos entre sí. El proyecto de Vox de momento aguanta y, guste o no guste, parece que lo seguirá haciendo porque sus principios no han variado a pesar de estar coaligado en diferentes gobiernos -autonómicos y municipales- de España. También porque reclaman lo que muchos españoles esperan y todos les niegan como el PIN parental, el control de la inmigración, las rebajas fiscales, la defensa de la familia natural, la unidad nacional, la defensa de la hispanidad, su historia y la libertad, no el liberticidio.
La utopía capitalista y otros ensayos (Palabra) de G. K. Chesterton. ¡Qué no pasaría entonces para que todo se parezca tanto a hoy! Chesterton denunciaba el servilismo de la prensa, la corrupción de los ministros, la excesiva concentración de la riqueza en pocas manos, la mentalidad eugenésica…, al tiempo que realizaba propuestas que hoy son también necesarias: la empresa familiar, la mejora en la distribución de la propiedad, el sistema de protección social basado en la auto-organización, no en la dependencia del Estado… Un ensayo ineludible.
Diez mitos de la democracia (Almuzara) de Alfonso Galindo Hervás y Enrique Ujaldón. En ocasiones, la idea de democracia que se propugna se contradice con otros valores, o está sostenida en tópicos vacíos, prejuicios y mitos. Se olvida su carácter político, histórico y conflictivo. Las consecuencias pueden ser varias y peligrosas: desde el desinterés por la política hasta, en el extremo opuesto, la inflación populista de ella. En mi opinión estamos ante este caso de un sistema fallido por la perversión que se hace de ella, y este libro lo explica muy bien.
Un programa para conservadores (El buey mudo) de Russell Kirk. Este ensayo está muy lejos de ser un texto ideológico. No acomete la realidad desde esquemas cerrados e invariables, ni contiene soluciones mágicas para los problemas actuales. Más bien al contrario. Se centra en los principios fundamentales, que son la base de toda argumentación y acción posterior y que, sobre todo, son los grandes desconocidos en la política actual.