Me lo comenta una persona muy viajada, mientras contemplamos una multitud, en un lugar, encima, de peregrinación católica: "No viven la vida, la graban en su móvil". Quería decir que toda aquella multitud de móviles impedían a sus propietarios, pendientes de su artefacto portátil, profundizar en el significado de lo que estaban viviendo o sencillamente disfrutar del acontecimiento al que habían acudido libremente y ante la actitud pro-móvil de una multitud en un lugar de peregrinación. En todo el mundo sucede lo mismo: no disfrutan la vida, la graban... y existe la sospecha de que vuelvan a ver lo que han grabado o que lo vean aquellos a quienes les han enviado el archivo. 

La civilización ha vivido miles de años sin móvil... ¡y ha sobrevivido!

En cualquier caso, a los adictos al móvil -tampoco hay que preocuparse, hablamos del 99% de la población- habría que recordarles que las cosas no ocurren para que quede constancia digital de las mismas: los acontecimientos simplemente ocurren. Y recordarles también algo aún más importante: la vida hay que vivirla, entre otras cosas porque la vida es formidable y no se pueden hacer dos cosas a la vez: o se disfruta de ella o se graba.

Ahora bien, el problema de fondo no es la vanidad que refleja el convertirse, a través del móvil, en protagonista de una historia banal. No, el peligro es más grave: el mundo virtual no es real y la locura consiste en no percibir la realidad tal cual es. La realidad está en nuestra respiración, no en la virtualidad del teléfono. Y no vivir en la realidad es vivir en la locura. De hecho constituye la definición de la locura.

Somos una sociedad enajenada... por el móvil. Por lo menos, pongámosle un horario. A fin de cuentas, la civilización ha vivido miles de años sin móvil... ¡y ha sobrevivido!