Joan Baez, poeta y cantante americana exitosa en la época del hippysmo universal de los años 60, dejó dicho que «Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella». Seguramente, es posible, que cuando lo dijese, se refería a la propia política americana, en pleno caso Watergate, cuando la sociedad americana se desmoronaba por un choque de trenes entre la clase política -que se envolvía en la bandera aspirando a que las tradiciones y el poder ejecutivo siguiese controlando las decisiones de sus ciudadanos- y, por otro lado, una sociedad dividida entre la tradición y las neolibertades sociales que los grupos de rock de moda propugnaban a través de las nuevas formas de entender o consumir aquellos pasados nuevos tiempos.
La actualidad del mundo en pleno siglo XXI y la degradación continuada desde mediados del siglo XX, se ha convertido en una trepidante lucha por romper con el pasado, cosificando la historia para usos partidistas. La situación democrática española es especialmente relevante para el mundo occidental. España es de interés para las democracias liberales porque juega un papel principal, desde un punto de vista geopolítico por una parte y social por otra. Ese es el motivo por el que las ideologías contrincantes se encarnizan de manera muy especial en España, porque nuestro país es el eslabón entre la Europa tibia, relativista y materialista, con la América emergente, empobrecida y de raíces hispánicas, con todo lo que esto quiere significar. Corromper España es corromper su legado, es decir la catolicidad instrumental para acercarnos a los demás y frenar el neoliberalismo protestante y hegemónico. Ojo, porque en este caso lo católico y lo protestante por desgracia nada tiene que ver con la fe, sino más bienpor la forma de concebir la vida, que ya es mucho.
Con Adolfo Suárez se introdujo el divorcio; Felipe González trajo el aborto; José María Aznar asentó la política neoliberal y las leyes antifamilistas; José Luis Rodríguez Zapatero pervertió directamente a la familia a través de su mal llamado matrimonio homosexual y el divorcio express, y con al aborto por plazos dio otra vuelta de tuerca a la vida por venir
España es un enorme tubo de ensayo donde las reacciones humanas bajo la imposición de ciertas tendencias ideológicas pueden ser observadas, planteadas sobremanera a través de la política. Los presidentes españoles, sometidos al neoliberalismo globalista de occidente, han sido actores imprescindibles para permitir que esto haya sucedido. Con Adolfo Suárez se introdujo el divorcio; Felipe González trajo el aborto; José María Aznar asentó la política neoliberal y las leyes antifamilistas; José Luis Rodríguez Zapatero pervertió directamente a la familia a través de su mal llamado matrimonio homosexual y el divorcio express, y con al aborto por plazos dio otra vuelta de tuerca a la vida por venir; Mariano Rajoy atornilló toda la zapaterada que le precedió, reforzando con los presupuestos generales la corrupción social e histórica de su antecesor; y por último Pedro Sánchez, ¡en fin, de este no tengo calificativos para reseñar el daño social e institucional perpetrado en tan poco tiempo!
Esta España envilecida ha vivido una transición que muchos consideran un éxito ejemplar de la democratización de un país, donde las tensiones encontradas se han relajado y donde todos tienen una opinión estandarizada, relativizada y manipulada en una masa acrítica. Una transición que no solo es política, también es social que, como dijo Alfonso Guerra, «no la conocerá ni la madre que la parió». Pero de la euforia de la libertad de los años 70, cuando todos valoraban la libertad como la capacidad de poder hacer lo que me dé la gana, hasta nuestros días en que todos hacemos lo que nos da la gana sometidos a los impuestos, multas de tráfico y sin que podamos hablar en público y libertad a favor de Dios y Franco; o en contra de ciertos lobbys convertidos en chiringuitos promotores de la ideología de género y el homosexualismo. La España a la que hemos llegado es una España con un solo dogma que nunca se relativiza: la fiscalidad. Sin embargo, sí puedes gritar a los cuatro vientos tu condición sexual o los variopintos géneros, tus derechos de contracepción, tu voto democrático e incluso justificar el terrorismo de ETA y comprender los nacionalismos que parten al país; puedes insultar al Presidente, reírte de la Corona en viñetas O patear al profesor de la ESO.
De este hundimiento, los medios de comunicación tienen una responsabilidad sobresaliente, especialmente los canales de TV a los que se denominan de entretenimiento, que por ganar audiencia jamás se han detenido a valorar qué es bueno o malo para las personas o la sociedad, sino el balance de las cuentas de resultados -especialmente hoy, después de recibir del Gobierno unos cuantos decenas de millones por razones incomprensibles-. Como diría Groucho Marx con aquella agudeza irónica que le caracterizaba: Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro.
La España que nació hace cuarenta años llegó con las alforjas cargadas de valores sociales e individuos preparados en lo personal y en la experiencia profesional. Han pasado los años, y legislatura a legislatura, hemos llegado al espectáculo del Congreso, donde la grosería de las formas o los discursos aportan ideas. Así estamos, sobreviviendo en una sociedad vaciada de valores éticos y morales, donde solo se satisface con el sexo de barra libre, la deuda pública descontrolada y los derechos de diseño para el sostenimiento de minorías irrelevantes, para dar curso a la buena marcha social. El peor mal de todos es la clase política, sin duda. Crecida sobre sí misma, se ha convertido en una casta de afortunados dedicada a dirigirnos y a crearnos nuevos problemas que terminan cronificando. Me van a permitir que cite de nuevo a Groucho Marx, porque nadie como él lo definió con tanto acierto: «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». Políticos, al menos los que salen en los carteles, sin moral, ni intelectualidad, de los que muchos no han trabajado jamás en la vida real. Políticos, especialmente en la izquierda y la ultraizquierda, que han llegado a la política para medrar, para vivir como jamás lo harían por sus propios esfuerzos.
Testigo de un tiempo (Almuzara) Luis de Grandes. Este libro pretende dar una explicación exitosa de la derecha liberal española. Naturalmente, teniendo en cuenta quién es el autor, solo muestra la cara A del disco y no habla en profundidad de los verdaderos problemas con los que ha tenido que luchar que es sobre todo con su propio electorado tantas veces engañado.
El sueño de la Transición (La Esfera) Manuel Fernández-Monzón Altolaguirre y Santiago Mata. Nuestra transición siguió las pautas marcadas por los expertos en inteligencia, y según ellos la Transición fue un éxito. Sin embargo, en lo que no fue previsto, se improvisó o se contradijo a los consejeros: un fracaso. Las autonomías, el terrorismo, la falta de discusión y consenso sobre la monarquíao el papel del Ejército y, sobre todo, el afán por contentar a la izquierda en una derecha carente de líderes y de valores
Políticos Españoles, liderazgo y personalidad (Última línea) Víctor M. Pérez Velasco. Es de obligada razón hablar de este libro que da un repaso (incompleto al quedarse el actual presidente fuera de la cita) pero sí viene bien para los olvidadizos y que con tanta facilidad nos cegamos con el presente. Este libro nos habla con franqueza de cómo hemos llegado hasta aquí.